Se cuenta que fue Hunzahúa, uno de los pocos soberanos que impusieron su dominación sobre toda la nación chibcha. Era fuerte y luchador en las batallas. Pero la ruina de aquel hombre irresistible, no la acarreó ningún enemigo, sino sus desarregladas pasiones.
Tenía Hunzaúa una hermana tan hermosa, que no pudiera haberse hallado otra como ella entre todas las doncellas chibchas. El veleidoso monarca se enamoró apasionadamente de su hermana y comunicó a su madre su determinación. Negóse la madre a dársela como esposa. Cosa insólita debió parecerle a aquella grave matrona tan insensato antojo de su hijo. Los chibchas, al menos en los dominios de Zipa, tenían prohibido el matrimonio entre parientes, hasta el segundo grado de consanguinidad, y en toda la nación chibcha era tan abominable el incesto, que tenía siempre por castigo la muerte.
Quedó Huzaúa, anonadado ante la inflexible negativa de su madre. La más acerba tristeza abatió por muchos días el ánimo del soberano de los chibchas. Perdió el tino y el consejo, y prefirió huir a Chipatae, robando a su hermana de la tutela de su madre.
En Chipatae la hizo su esposa. Algún tiempo después, el recuerdo de su madre desolada, los forzó a volver a Tunja al hogar materno. Bien comprobó entonces la madre que los dos hijos eran esposos, montó en cólera y dispuso corregir a en su hija tan enorme escándalo con un severo castigo. Echó mano de la sana, que era el palo de revolver la chicha; la muchacha, que no era tonta, se amparó tras de la tinaja.
Esquivó el tremendo garrotazo, que dio estruendosamente sobre la gacha o moya. Toda la chicha se derramó y entonces se formó el pozo de Donato, que es como en nuestros días se denomina una famosa laguna, situada al norte de la ciudad de Tunja.
Los dos desalentados hermanos ya no dudaron que solamente huyendo de palacio podría gustar la felicidad. Abandonaron a Tunja y partieron hacia el sur, hasta Susa. Aquí se dispuso con alegría el Zaque errante a recibir de su esposa el primer fruto de aquel su gran amor tan desdichado. Pero los nuevos padres quedaron espantados, al ver que el niño recién nacido se les quedó, de pronto, ante sus ojos, convertido en piedra.
Considerándose castigados por el Cielo, abandonaron Susa, sin saber qué rumbo seguir. Creyeron hallar en una encrucijada la señal que les indicaba el camino, y por él emprendieron un largo y fatigoso peregrinar, hasta que un día llegaron hasta el Salto de Tequendama.
Allí resolvieron quedarse a vivir, sin ver ni oír a nadie, escondidos en los bosques cercanos.
Al pasar la impetuosa corriente, sintieron los dos infaustos compañeros un súbito desfallecimiento: se miraron, y al mismo tiempo un hielo de muerte paralizó sus cuerpos, quedando allí convertidos en piedras en medio del río, hasta el día de hoy...
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