Páginas

sábado, 21 de agosto de 2010

EL COCAY





Quizá alguna noche en el campo hayas visto una chispa de luz que brilla y se mueve de un lado a otro; esa luz la produce el cocay, que es el nombre que le dan los mayas a la luciérnaga. Ellos saben cómo fue que este insecto creó su luz, esta es la historia que cuentan:

Había una vez un Señor muy querido por todos los habitantes de El Mayab, porque era el único que podía curar todas las enfermedades. Cuando los enfermos iban a rogarle que los aliviara, él sacaba una piedra verde de su bolsillo; después, la tomaba entre sus manos y susurraba algunas palabras. Eso era suficiente para sanar cualquier mal.

Pero una mañana, el Señor salió a pasear a la selva; allí quiso acostarse un rato y se entretuvo horas completas al escuchar el canto de los pájaros. De pronto, unas nubes negras se apoderaron del cielo y empezó a caer un gran aguacero. El Señor se levantó y corrió a refugiarse de la lluvia, pero por la prisa, no se dio cuenta que su piedra verde se le salió del bolsillo.

Al llegar a su casa lo esperaba una mujer para pedirle que sanara a su hijo, entonces el Señor buscó su piedra y vio que no estaba. Muy preocupado, quiso salir a buscarla, pero creyó que se tardaría demasiado en hallarla, así que mandó reunir a varios animales.

Pronto llegaron el venado, la liebre, el zopilote y el cocay. Muy serio, el Señor les dijo:

—Necesito su ayuda; perdí mi piedra verde en la selva y sin ella no puedo curar. Ustedes conocen mejor que nadie los caminos, las cavernas y los rincones de la selva; busquen ahí mi piedra, quien la encuentre, será bien premiado.

Al oír esas últimas palabras, los animales corrieron en busca de la piedra verde.

Mientras, el cocay, que era un insecto muy empeñado, volaba despacio y se preguntaba una y otra vez:

—¿Dónde estará la piedra? Tengo que encontrarla, sólo así el Señor podrá curar de nuevo.

Y aunque el cocay fue desde el inicio quien más se ocupó de la búsqueda, el venado encontró primero la piedra. Al verla tan bonita, no quiso compartirla con nadie y se la tragó.

—Aquí nadie la descubrirá —se dijo—. A partir de hoy, yo haré las curaciones y los enfermos tendrán que pagarme por ellas.

Pero en cuanto pensó esas palabras, el venado se sintió enfermo; le dio un dolor de panza tan fuerte que tuvo que devolver la piedra; luego huyó asustado.

Entre tanto, el cocay daba vueltas por toda la selva. Se metía en los huecos más pequeños, revisaba todos los rincones y las hojas de las plantas. No hablaba con nadie, sólo pensaba en qué lugar estaría la piedra verde.

Para ese entonces, los animales que iniciaron la búsqueda ya se habían cansado.

El zopilote volaba demasiado alto y no alcanzaba a ver el suelo, la liebre corría muy aprisa sin ver a su alrededor y el venado no quería saber nada de la piedra; así, hubo un momento en que el único en buscar fue el cocay.

Un día, después de horas enteras de meditar sobre el paradero de la piedra, el cocay sintió un chispazo de luz en su cabeza:

— ¡Ya sé dónde está! —gritó feliz, pues había visto en su mente el lugar en que estaba la piedra.

Voló de inmediato hacia allí y aunque al principio no se dio cuenta, luego sintió cómo una luz salía de su cuerpo e iluminaba su camino. Muy pronto halló la piedra y más pronto se la llevó a su dueño.

—Señor, busqué en todos los rincones de la selva y por fin hoy di con tu piedra —le dijo el cocay muy contento, al tiempo que su cuerpo se encendía.

—Gracias, cocay —le contestó el Señor— veo que tú mismo has logrado una recompensa. Esa luz que sale de ti representa la nobleza de tus sentimientos y lo brillante de tu inteligencia. Desde hoy te acompañará siempre para guiar tu vida.

El cocay se despidió muy contento y fue a platicar con los animales lo que había pasado.

Todos lo felicitaron por su nuevo don, menos la liebre, que sintió envidia de la luz del cocay y quiso robársela.

—Esa chispa me quedaría mejor a mí; ¿qué tal se me vería en un collar? —pensó la liebre.

Así, para lograr su deseo, esperó a que el cocay se despidiera y comenzó a seguirlo por el monte.

—¡Cocay! Ven, enséñame tu luz —le gritó al insecto cuando estuvo seguro de que nadie los veía.

—Claro que sí —dijo el cocay y detuvo su vuelo. Entonces, la liebre aprovechó y ¡zas! le saltó encima. El cocay quedó aplastado bajo su panza y ya casi no podía respirar cuando la liebre empezó a saltar de un lado a otro, porque creía que el cocay se le había escapado.

El cocay empezó a volar despacio para esconderse de la liebre.

Ahora, fue él quien la persiguió un rato y en cuanto la vio distraída, quiso desquitarse. Entonces, voló arriba de ella y se puso encima de su frente, al mismo tiempo que se iluminaba. La liebre se llevó un susto terrible, pues creyó que le había caído un rayo en la cabeza y aunque brincaba, no podía apagar el fuego, pues el cocay seguía volando sobre ella.

En eso, llegó hasta un cenote y en su desesperación, creyó que lo mejor era echarse al agua, sólo así evitaría que se le quemara la cabeza. Pero en cuanto saltó, el cocay voló lejos y desde lo alto se rió mucho de la liebre, que trataba de salir del cenote, toda empapada.

Desde entonces, hasta los animales más grandes respetan al cocay, no vaya a ser que un día los engañe con su luz.

Leyenda Maya

viernes, 20 de agosto de 2010

EL SALTO DEL TEQUENDAMA




Chibchacum se ofendió porque su pueblo aceptó malos consejos de Huitaca, porque el pueblo le negó sus ofrendas; se indignó contra los bacates, porque ya casi todos murmuraban de él y le ofendían en secreto y públicamente. Lleno de una extensa ira crío aguas y trajo de otras partes los ríos Sopó y Tibitó, que creciendo rápidamente anegaron la sabana hasta inundarla totalmente. Las sementeras y labranzas se echaron a perder; la gente, que por entonces era numerosa, empezó a padecer las calamidades del hambre.

Reunidos sacerdotes y caciques, se decidió dar noticia del terrible suceso al dios Bochica, para clamar sus bondades y favores. Pasaron muchos días con sus noches llenos de clamores, sacrificios y ofrendas, hasta que por fin, una tarde, mientras reverberaba el sol en el aire, se hizo presente el arco iris en medio de un ruido ensordecedor, que a todos hizo estremecer.

Sobre la hermosa policromía del arco se erguía majestuosa la figura del Dios Bochica, con una vara de oro en su mano. Había escuchado las súplicas, se había condolido de los bacates. Arrojó entonces la vara de oro, que traía en su mano, hacía el Tequendama; las peñas rocosas se abrieron, como cortadas por afilada espada, las aguas se precipitaron dando origen al salto, hoy llamado Tequendama.

La sabana quedó des-inundada. Bochica tuvo a bien no secar los ríos Sopó y Tibitó, pues sabía que nos serían de gran utilidad, para regar los cultivos en épocas de aguas escasas.

El pueblo jubiloso empezó a gritar el nombre de Bochica, quien, no satisfecho con los beneficios otorgados, castigó a Chibchacum, condenándolo a cargar la tierra sobre los hombros, que hasta ese día era cargada por cuatro inmensos guayacanes.

Esa es la causa de que, a veces, la tierra tiemble.

La llegada de Bochica ocurrió hace cerca de 30 edades o bxogonoas.

jueves, 19 de agosto de 2010

EL ALGODON





MITO TOBA

Cuenta la leyenda, que en lejanos tiempos, en el Gran Chaco, los indios eran felices, no se conocían las estaciones porque no había cambios de clima, ni fenómenos atmosféricos.

En esa armonía y felicidad brindaban todos sus tributos a Naktánoón (el bien).

Esta actitud puso furioso a Nahuet Cagüen (el Mal) que vivía en las tinieblas, que para vengarse y calmar su ira creo Nomaga (el invierno).

Satisfecho de su obra se dirigió al pueblo indígena diciendo:

- Ja, ja, ja, morirán de frío. Mi nuevo servidor los hará padecer y se les helará la sangre en las venas. El sol no brillará en el cielo chaqueño. Un perpetuo nublado cubrirá la tierra toba. El invierno será helado y dañino. La naturaleza irá pereciendo.

Los indios gritarán y se retorcerán implorando a Naktánoón que les dé calor y castigue a Nahuet Cagüen.

Fue entonces cuando cuatro embajadores: El palo borracho; La planta del patito; El picaflor; La viudita; que eran los preferidos y los más escuchados a lo alto suplicaron al Bien, que derrame calor sobre la tierra.

Compadeciendo el Bien, los convierte en una flor, la flor del algodón (Gualok) que tiene de cada uno un atributo: El calor: de la planta del patito. El capullo: como el palo borracho. La bandada: del picaflor. La blancura: de la viudita.

Despejado el cielo de nubes, la flor (Gualok) llega a la tierra y se abre, mientras siguen resonando los tambores indios y las semillas vuelan y vuelan, y al caer nuevos algodonales nacen... nuevas semillas... y nuevos algodonales hasta que todo el territorio se cubre de blanco.

El urundai se hace telar para tejer la hebra suave del algodón convirtiéndose en níveas túnicas que cubren a los indígenas dándoles calor de vida.

El canto aborigen se eleva. El bien ha vencido.

Ante todo lo acontecido Nahuet Cagüen enfurecido nuevamente y en un último intento, maldiciendo, se convirtió en "Langosta rosada" plaga del algodón.

miércoles, 18 de agosto de 2010

EL MILAGRO DE LA JACARANDA




La calle parecía patoja recién peinada. Limpia, con olor a tierra mojada, las otras veces polvorienta calle, se engalanaba con rosas blancas y claveles deshojados.

Ya casi a la salida del pueblo, los vecinos habían construido un arco de corozo, que con su penetrante perfume, mantenían a su alrededor enjambres de abejas que zumbaban incansablemente. Inmediatamente después del arco, una gran alfombra de serrín pintado, servía de marco a una cruz dibujada con arena fina.

Pero después de aquel arco y aquella alfombra, la calle se transformaba en camino de tierra floja y amarillenta, de la cual se levantaban nubecillas de polvo ante el paso de las personas o cuando el viento pasaba rápido para perderse en la distancia.

A la orilla de aquel camino se levantaba un árbol, polvoriento y seco, que parecía estar muriéndose de sed bajo el implacable sol. Aislado y sin follaje, ni los pájaros lo buscaban, y el árbol permanecía solitario con sus ramas extendidas como pidiendo compasión.

Eran las tres de la tarde. Un pito lastimero anunció el momento en que la procesión salía de la iglesia. Al frente marchaban los encargados de los incensarios que, agitándolos de un lado para otro, iban dibujando nubecillas de suave fragancia. Después, en dos filas, marchaban los fieles vestidos de cucuruchos, y luego en hombros, el anda sobre la cual la imagen de Cristo vestido con una túnica que, con el reflejo del sol, parecía una llamarada lila.

La procesión marchó sobre las alfombras de mullido pino y sobre las trenzas de rosas y claveles rojos, luego pasó bajo el arco y finalmente, antes de salir del pueblo, se detuvo sobre la alfombra de serrín pintado. Luego abandonó la calle para marchar sobre el polvoriento camino, con dirección a la otra parte del pueblo que distaba medio kilómetro.

La procesión caminaba lentamente, el polvillo se confundía con el humo de los incensarios y el solo brillaba intensamente como si quisiera hacer más penosa la marcha. De pronto, sobre el polvo, aparecieron agujeritos, se escuchó un sordo rumor y un instante después, estaba lloviendo torrencialmente.

La procesión estaba lejos de las casas y nada ofrecía refugio, no tanto para los fieles, sino para la imagen de Cristo cuya túnica morada empezaba a mojarse. Entonces alguien vio el árbol seco, el cual con sus ramas extendidas parecía querer dar protección y ayuda olvidándose de sus propia miseria. Sin más, los vecinos cubrieron las ramas secas con algunos mantos y de ese modo, construyeron un mediano refugio para la sagrada imagen.

Tan repentinamente como empezó, dejo de llover. Los fieles, que habían permanecido con la cabeza cubierta por mantos, sombreros o pañuelos, empezaron a quitárselos y, entonces, un gran silencio se hizo en el grupo y casi sin sentir fueron cayendo de rodillas impulsados por el asombro.

El árbol seco y desprovisto de hojas, ante los ojos de los fieles, se iba cubriendo de verde follaje y en cada rama se iban encendiendo pequeñas flores lilas hasta cubrirlo totalmente y luego, como si el pobre árbol, profundamente agradecido y emocionado, no pudiera contener el llanto, fue dejando caer sus nuevas flores que, como lágrima lilas, fueron formando una maravillosa alfombra a los pies de la imagen de Cristo quien parecía sonreir lleno de ternura.

Desde entonces, todos los años para Semana Santa, la jacaranda se llena de flores lilas y forma bellas alfombras por si la imagen de Cristo vuelve a cobijarse bajo su sombra.

Doña Jacaranda
Abrió su sombrilla
Doña jacaranda
Y salió a la calle
Muy aseñorada
Una alfombra fina
Con hilos morados
Teje en estos días
De febrero y marzo.
Abra su sombrilla
Doña jacaranda
Y adorne su alfombra
Con flores moradas.

Escrito en Adrian Ramírez Flores

martes, 17 de agosto de 2010

ESCRITOS DE SAN MARTÍN




El 13 de marzo de 1819, San Martín expresa en carta al caudillo oriental José Gervasio de Artigas su preocupación por la guerra civil declarada entre Santa Fe, la Banda Oriental y Buenos Aries:

Me hallaba en Chile acabando de destruir el resto de maturrangos que quedaban como se ha verificado e igualmente aprontando los artículos de guerra necesarios para atacar a Lima, cuando me hallo con noticias de haberse roto las hostilidades por las tropas de usted y de Santa Fe contra las de Buenos Aires. (…) Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo, transemos todo, y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. En el momento que ésta se vea libre renunciaré el empleo que obtenga para retirarme; mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas…

El mismo día, 13 de marzo de 1819, también se dirige a Estanislao López, gobernador de Santa Fe, intentando conciliar las desavenencias internas: “Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan: divididos seremos esclavos: unidos estoy seguro que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. El verdadero patriotismo, en mi opinión, consiste en hacer sacrificios: hagámoslos, y la patria, sin duda alguna, es libre, de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. (…) Transemos nuestras diferencias; unámonos para batir a los maturrangos que nos amenazan y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos en los términos que hallemos por convenientes sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice”.

Un año más tarde, antes de embarcarse en la expedición para dar libertad al Perú, San Martín se dirige a los habitantes de las Provincias Unidas en proclama del 22 de julio de 1820:

Compatriotas: voy a emprender la grande obra de dar libertad al Perú, mas antes de mi partida quiero deciros algunas verdades que sentiría las acabaseis de conocer por experiencia. (…) Vuestra situación no admite disimulo; diez años de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarquía; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su poco fruto. Habéis trabajado un precipicio con vuestras propias manos y acostumbrados a su vista, ninguna sensación de horror es capaz de deteneros.

Compatriotas: yo os hablo con la franqueza de un soldado. Si dóciles a la experiencia de diez años de conflictos no dais a vuestros deseos una dirección más prudente, temo que cansados de la anarquía suspiréis al fin por la opresión y recibáis el yugo del primer aventurero feliz que se presente, quien lejos de fijar vuestros destinos, no hará más que prolongar vuestra incertidumbre. (…)

Yo servía en el ejército español en 1811. Veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser americano; supe de la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi patria; llegué a Buenos Aires a principios de 1812 y desde entonces me consagré a la causa de América: sus enemigos podrán decir si mis servicios han sido útiles.

Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestra desgracia; vosotros me habéis acriminado aun de no haber contribuido a aumentarlas, porque éste habría sido el resultado si yo hubiese tomado parte activa en la guerra contra los federalistas (…) En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú, y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sudamérica. (…)

¡Provincias del Río de la Plata! El día más célebre de vuestra revolución está próximo a amanecer. Voy a dar la última respuesta a mis calumniadores: yo no puedo menos que comprometer mi existencia y mi honor por la causa de mi país; y sea cual fuere mi suerte en la campaña del Perú, probaré que desde que volví a mi patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado y que no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

lunes, 16 de agosto de 2010

VÖLUND O WAYLAND EL HERRERO

Se suponía que las valkirias realizaban vuelos frecuentes a la tierra con plumajes de cisne, que ellas se quitaban al llegar a un río apartado, para poder disfrutar de un baño. Cualquier mortal que las sorprendiera de este modo y obtuviera su plumaje, podía evitar que abandonaran la Tierra e incluso podía obligar a estas orgullosas guerreras a casarse con ellos si ése era su deseo.

Se dice que tres valkirias, Olrun, Alvit y Svanhvit, estaban jugando en una ocasión en las aguas, cuando los tres hermanos Egil, Slagfinn y Völund o Wayland el herrero, se aparecieron de repente ante ellas y, cogiendo sus plumajes de cisne, los jóvenes las obligaron a permanecer en la Tierra y a convertirse en sus esposas durante nueve años, pero al finalizar ese período, recuperando sus plumajes, o rompiéndose el hechizo de alguna otra manera, lograron escapar.

Los hermanos sintieron profundamente la pérdida de sus esposas y dos de ellos, Egil y Slagfinn, tras ponerse su calzado de nieve, se fueron en busca de sus amadas, desapareciendo en las frías y nebulosas regiones del Norte. El tercer hermano, Völund, sin embargo, permaneció en casa, sabiendo que cualquier búsqueda sería inútil y encontró consuelo contemplando un anillo que Alvit le había entregado como prueba de su amor y guardó constantemente la esperanza de que algún día regresara. Ya que era un herrero muy hábil y podía fabricar los más delicados ornamentos de plata y oro, al igual que armas mágicas que ningún golpe podía partir, empleó su tiempo libre en fabricar setecientos anillos exactos al que su mujer le había regalado. Una vez terminados, los ató uno con otro. Pero una noche, tras regresar de la caza, encontró que alguien se había llevado uno de los anillos, dejando los otros intactos y sus esperanzas se vieron renovadas, ya que se dijo a sí mismo que su esposa había estado allí y pronto regresaría para quedarse.

La misma noche, sin embargo, fue sorprendido mientras dormía y atado y hecho prisionero de Nidud, rey de Suecia, que se hizo con su espada, una selecta arma con poderes mágicos que guardaba para uso propio y con el anillo de amor hecho de puro oro del Rin, que posteriormente le dio a su única hija, Bodvild.

Mientas, el infeliz Völund fue conducido cautivo hasta una isla cercana donde, tras ser desjarretado para que no pudiese escapar, el rey le puso a forjar armas y ornamentos continuamente para su uso.
También le exigió construir un intrincado laberinto, e incluso hoy en día, en Islandia, los laberintos se conocen como “casas de Völund”.
La rabia y la desesperación de Völund crecían con cada nuevo insulto que le profería Nidud y empleaba noche y día para pensar en un modo de vengarse. Tampoco se olvidó de planear su escapatoria y durante los descansos entre trabajo y trabajo fabricó un par de alas similares a aquellas que su esposa había utilizado para escapar como valkiria, que él pretendía ponerse tan pronto como su venganza hubiese sido realizada. Un día el rey fue a visitar a su prisionero y le trajo la espada que le había robado para que la reparara. Sin embargo, Völund la sustituyó astutamente por otra arma tan exactamente igual a la espada mágica como para engañar al rey cuando viniese a reclamarla.

Unos pocos días más tarde, Völund atrajo a los hijos del rey a su herrería y los mató, tras lo cual fabricó ingeniosamente vasos de beber a partir de sus cráneos y joyas a partir de sus ojos y dientes, entregándoselos a sus padres y hermana.

La familia real no sospechó de dónde procedían, por lo que estos regales fueron aceptados con gozo. Mientras que los pobres jóvenes, se cree que fueron arrastrados al mar y ahogados.

Algún tiempo después, Bodvild, deseando tener su anillo arreglado, también visitó la cabaña del herrero, donde, mientras esperaba, bebió confiadamente de una droga mágica que la sumió en el sueño y la dejó a merced de Völund.

Habiendo concluido su último acto de venganza, Völund se puso inmediatamente las alas que había estado preparando para este día y, cogiendo su espada y su anillo, alzó lentamente el vuelo.

Dirigiéndose hacia el palacio, se posó fuera de alcance y le relató sus crímenes a Nidud. El rey, fuera de sí de rabia, llamó a Egil, hermano de Völund, que también había caído en su poder y le ordenó que utilizara sus maravillosas dotes de arquero para abatir al insolente pájaro.

Obedeciendo una señal de Völund, Egil apuntó hacia una protuberancia bajo su ala, donde se ocultaba una vejiga llena de sangre de los jóvenes príncipes y el herrero escapó volando triunfante e ileso, declarando que Odín le entregaría su espada a Sigmund, una predicción que se vio debidamente cumplida.

Völund se dirigió entonces a Alfheim, donde, si la leyenda está en lo cierto, encontró a su amada esposa, siendo por siempre feliz junto a ella hasta el ocaso de los dioses.

Pero incluso en Alfheim este diestro herrero siguió ejerciendo su oficio, y varias armaduras impenetrables, que se dice que él fabricó, fueron descritas en poemas heroicos posteriores.

Además de Balmung y Joyeuse, las célebres espadas de Sigmund y Carlomagno, se dice que también forjó a Miming para su hijo Heime y muchas otras espadas famosas.

domingo, 15 de agosto de 2010

EL ÁGUILA




Cuenta la historia que cuando se instalaron los españoles en América y la sangre aborigen comenzó a correr por los valles y tiño de rojo los ríos y arroyos que serpenteaban entre las tierras, los Comechingones recordaron la leyenda del águila que había escuchado de sus abuelos.

Y la volvieron a contar porque era casi su única esperanza; algún elegido vendría por el ave a traer la paz, para, por fin, lograr la hermandad entre los pueblos.

Se dice que existió una chica de nombre "Arabela" que poseía cualidades extraordinarias y que, convertida en mujer, las desarrollo en defensa de su tribu. Con su sabiduría y fina percepción guío las batallas, y logró, de esa manera, que resistieran más allá de la posibilidad humana.
Y, si bien. "la historia la escriben los que ganan", nadie podrá negar la valentía con la que lucharon los Comechingones, cuyo grito de guerra resultó conocido y temido por los adversarios.

Arabela, la enviada, murió luchando por su pueblo, pero su alma se encuentra protegida por el vuelo triunfal del águila libre.

Por eso, desde entonces, este pájaro representa no sólo la libertad sino también el deseo divino de hermandad entre los hombres; anhelo que vivirá hasta que todos entiendan que es el único camino hacia la felicidad.


Fuente:Leyendas indígenas de la Argentina
(Lautaro Parodi)
(Leyenda de los Comechingones)