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sábado, 14 de agosto de 2010

KON

Tejido


Kon, el felino volador, es el antiguo dios costeño adorado como creador del mundo por importantes reinos como Paracas y Nazca que lo representaban en finos tejidos y bellos huacos policromados.

Era un dios eminentemente volador, no tenía huesos, era rápido y ligero, y podía acortar distancias a su antojo. En sus imágenes más conocidas se le puede ver volando, con máscaras felínicas, pies replegados y portando un báculo, alimentos y cabezas trofeo.

Cuenta un mito que Kon, en los tiempos más remotos, pobló la tierra de seres humanos y los colmó de abundante agua y frutos; pero sus criaturas olvidaron pronto las ofrendas que le debían al padre creador. Kon los castigó quitándoles las lluvias y transformando las fértiles tierras en los inmensos desiertos costeños. Kon sólo dejó algunos ríos para que con mucho esfuerzo y trabajo los humanos puedan subsistir.

El dios Kon fue el creador de esa primera generación de hombres que poblaron la tierra pero un día fue vencido por el dios Pachacamac quien los convirtió en monos, zorros, lagartos para luego crear una nueva generación de seres humanos.


Arturo Gómez Alarcón
Licenciado en Educación por la UNMSM.
Profesor de Historia desde 1998

viernes, 13 de agosto de 2010

ECHTRA NERAI



Samhain significa “Noviembre” en gaélico. En la antigua Irlanda, este tiempo marcaba el final del verano y el inicio del invierno.

La víspera del Samhain, por la noche, se decía que los espíritus de los muertos volvían para encontrarse con los vivos, lo que muchos siglos después daría lugar a lo que hoy conocemos como Halloween. En una noche del Samhain está ambientada una de las leyendas más terroríficas de la vieja Irlanda: el “Echtra Nerai”.

Traducido del gaélico como “La Aventura de Nera”, relata la historia del guerrero del mismo nombre que vivió en los albores de nuestra era, en el reino de Connacht, la provincia occidental del Eire, cuyas costas miran al Océano. La leyenda nos sitúa en una noche del Samhain, cuando el Rey Aillil y toda su corte celebraban una fiesta en el palacio de Rath Cruachan, en la capital de sus dominios.

Aillil quiso poner a prueba el valor de los suyos, y ofreció como premio su espada, un arma muy valiosa con la empuñadura de oro, al guerrero que fuese capaz de colgar una cinta de mimbre del tobillo de uno de los cuerpos de los dos cautivos a los que habían ejecutado el día anterior, y cuyos cadáveres aún oscilaban en sus horcas.

El siniestro reto del monarca y la noche terrorífica elegida para lanzarlo hicieron mella en el corazón de los hombres del reino. Sabían que en la víspera del Samhain los espíritus de los muertos estaban al acecho, y aterrados por la sola idea de toparse con ellos, ningún guerrero se ofreció para tal empresa. Sólo Nera, el más valiente, consiguió reunir el coraje suficiente y dar un paso al frente.

Habiéndose vestido su armadura, Nera acudió al lugar donde pendían los cuerpos de los ahorcados. En el momento en que Nera colocaba la cinta de mimbre en el tobillo de uno de los muertos, vio que éste se movía. Con una voz siniestra y desgarrada, el cadáver elogió el valor del guerrero y, sumido en la desesperación, le pidió agua para poder apagar la sed que le había quitado la vida y que le abrasaba la garganta más allá de la muerte. Apiadado del sufrimiento que padecía el ahorcado, Nera cargó con él a sus espaldas y fueron a buscar agua a la casa más cercana.

El guerrero, al acercarse a ese hogar, se lo encontró rodeado por un lago de fuego. “No hay bebida para nosotros en esa casa”, dijo el cautivo con su voz de ultratumba. “Vayamos a la casa que se divisa más allá”. Obedeciendo al muerto, Nera se aproximó a la otra vivienda y se la encontró rodeada de un estanque de agua. Incapaz de salvar el obstáculo, y siguiendo una nueva recomendación del difunto, Nera cargó con él hasta una tercera casa en la que no encontraron nada extraño.

Pálidos ante la espantosa compañía que depositaba el guerrero en el suelo de su hogar, la familia que vivía entre aquellas paredes dio de beber a Nera y al ahorcado. Habiendo bebido éste tres tazas del líquido elemento, escupió la última sobre las cabezas de los hogareños, provocándoles la muerte. Sintiendo repulsión por haber hecho un favor a aquel cruel y desalmado muerto, Nera lo devolvió a la horca en la que le había encontrado y tomó el camino de vuelta a Rath Cruachan, donde le estaría esperando su recompensa.

Cuando por fin llegó a la corte de Aillil, Nera encontró el palacio en llamas y a sus ocupantes decapitados. Ante la evidencia de que un ejército enemigo había atacado el reino, buscó pistas de lo ocurrido y descubrió que los invasores eran las huestes del Sídh, el mítico reino de las hadas de Irlanda. Siguió su rastro hasta la Cueva de Cruachain, donde -según las leyendas- están las puertas que conducen al mundo de los muertos. Allí Nera se encontró al rey de los Sídh con sus mesnadas, y junto a ellos las cabezas cortadas de las gentes del Rath Cruachan, clavadas en estacas.

Descubriendo los guerreros del Sídh que había un mortal entre ellos, debido al mayor peso de sus pisadas, el rey de aquéllos le ofreció respetar su vida y concederle un hogar y una esposa a cambio sólo de que Nera proporcionase al Sídh un suministro diario de leña. Habiendo muerto los suyos, y viéndose solo y desamparado, Nera aceptó el trato y vivió un tiempo de forma plácida y pacífica.

No había pasado un año de los terribles sucesos del Samhain que he referido cuando la esposa de Nera, movida por el amor a él, le confesó que Cruachain estaba intacta, que el guerrero había sido engañado y sólo había presenciado una visión de lo que ocurriría en la siguiente noche del Samhain si Nera no alertaba a su rey y a su gente, pues el rey del Sídh se proponía arrasar de verdad el reino.

Nera decidió entonces regresar al reino de los vivos, donde fue recibido con honores por Aillil, que le otorgó el premio prometido: su propia espada guarnecida en oro. El guerrero relató a los suyos lo ocurrido desde la fatídica noche del Samhain. Decididos a no dejarse vencer, los guerreros enviaron a sus mujeres e hijos a lugar seguro, fuera del Cruachan, y se aprestaron a armarse. Reunidas las huestes de Connacht y las de sus vecinos del Ulster, libraron una batalla en el Sídh, de donde se llevaron tres preciados tesoros de ese reino: la Corona de Brión, el Manto de Lóegaire en Armagh, y la Camisa de Dúnlang en Kildare, con los que regresaron victoriosos.

La suerte de Nera fue muy distinta a la de sus viejos compañeros de armas. Regresó al Sídh para encontrarse con su esposa, y allí permanecerá, según la leyenda, hasta el día del fin del mundo.

jueves, 12 de agosto de 2010

HORÓSCOPO CHINO, SU ORÍGEN


Cuenta la leyenda que Buda, antes de su muerte, decidió dar sus mejores dones a los animales de la creación, pero el Emperador de Jade lo convenció para que realizara una carrera entre los animales, para determinar quienes serían merecedores de esos regalos, la carrera seria a través de un bosque, de varias llanuras, prados y finalmente cruzando un río antes de llegar al punto de destino para que nadie tuviese ventaja sobre otro, el premio seria repartido para los doce primeros animales en llegar.

Al enterarse los animales se emocionaron mucho, otros, como las vacas, se preocuparon por perder, por ello pidieron ayuda a sus parientes más fuertes. El ganado le pidió a un búfalo de agua que los represente, así el premio seria para la familia bovina. El gato y la rata, grades amigos y pésimos nadadores, planearon como llegar los primeros.

La carrera empezó, la rata y el gato llevaron la delantera seguidos de cerca por el búfalo, al llegar al río le suplicaron ambos al tercero que por favor los cargue en su lomo, al ser el búfalo noble y bonachón accedió. Pero al darse cuanta la rata de que solo podría haber un primer ganador empujo a su amigo el gato al agua, luego salto del lomo del búfalo a la orilla ganando el primer puesto. El búfalo llego segundo, luego de la rata.

Después del búfalo llego el fuerte tigre jadeante y exhausto, que lucho contra las corrientes con su enorme fuerza, ganando el tercer puesto. El cuarto en llegar fue el conejo, quien saltando de tronco en tronco logro llegar a la orilla. El quinto en llegar fue el dragón, que a pesar de poder volar se retrasó porque estaba creando lluvia para ayudar a la gente en sus campos y cuando estaba llegando a la meta vio al pobre conejo aferrado a un tronco y soplando con su poderoso aliento le ayuda a llegar a la orilla.

Al poco rato llego el caballo galopando, pero al ver a la serpiente se asusto tanto que se cayó al agua de nuevo, por ello la serpiente gano el sexto lugar y el caballo el séptimo. La oveja, el mono y el gallo decidieron ayudarse mutuamente para cruzar la orilla, el gallo construyo una balsa para los tres, la oveja y el mono remaron y consiguieron llegar a la orilla, la oveja gano el octavo lugar por desembarcar primera, luego siguió el mono y finalmente el gallo.

El undécimo animal en llagar fue el perro, a pesar de ser el mejor nadador se retraso porque durante la carrera se ensucio mucho, así que se dio un tiempo para bañarse en el río antes de seguir adelante. Después del perro se escucho un gruñido, detrás de él venia un jabalí, su primo el cerdo empezó la carrera hambriento y por el camino se fue dando un banquete con las frutas que hallaba, por ello se quedo dormido a la mitad de la carrera, así que el jabalí decidió tomar su lugar para que este no perdiera.

El último animal en llegar fue el pobre gato, mojado y casi ahogado, pero como la carrera ya había concluido este no gano ningún puesto ni premio, desde entonces el gato teme al agua y es enemigo natural de la traicionera rata.

Cada animal recibió dominio sobre un año y sobre las personas nacidas en él, formándose así el zodiaco chino.

miércoles, 11 de agosto de 2010

EL DRAGON HERENSURGE

Érase una vez un genio que se aparecía en forma de serpiente -suge significa en vasco culebra -, un gigantesco dragón de siete cabezas que vivía durante los meses de verano en la sima de Aralar.

Cuando le crecía la séptima cabeza, se encendía en llamas y volaba raudo hacia Itxasgorrieta, la "región de los mares bermejos" de Poniente, cruzando los aires con un ruido espantoso, y allí se hundía.

Cuando sentía hambre bajaba a los pueblos y causaba en ellos innumerables muertes.
La amenaza de Herensuge, el dragón-culebra, forzó durante siglos la aparición de héroes anónimos, que recurrían a la ayuda de fuerzas mágicas para vencerle cortando sus siete cabezas, liberando así a sus víctimas.

Desde entonces, las centenarias hayas de Aralar conviven con el eco de multitud de fábulas.
Narrada en distintas versiones, la historia de Herensuge constituye una de las leyendas más bellas de la mitología vasca.

A partir de la Edad Media, su figura se cristianiza y empieza a ser relacionada con el diablo. De este modo, mitología vasca y religión cristiana se funden en la leyenda de Don Teodosio de Goñi, en el siglo VIII.

Se cuenta que este caballero, señor de la comarca de Goñi, al volver a casa tras luchar contra los árabes, se encontró con el demonio disfrazado de ermitaño. Éste le dijo que, en su ausencia, su mujer le había sido infiel. Fuera de sí, acudió Don Teodosio hasta su casa y por error asesinó a sus padres, quienes dormían en su lecho conyugal. Para pagar su pecado, se retiró a Aralar atado con unas pesadas cadenas.

Un día se le apareció el diablo en forma de dragón. El caballero imploró al arcángel San Miguel, quien le libró de las ataduras de penitente y le ayudó a vencer al monstruo. Don Teodosio en acción de gracias mandó construir una ermita dedicada al arcángel. Y hasta hoy pervive en Navarra el culto a San Miguel, el mensajero divino que mantiene sometido al dragón o Príncipe de las Tinieblas.

Vencido para siempre desde hace siglos, Herensuge dormita bajo el trazado del Plazaola.

A medio camino entre Pamplona y San Sebastián, su cuerpo reposa entre dos inmensos valles: al oeste, Aralar; al este, Ultzama.

martes, 10 de agosto de 2010

CUENTO CON MUCHOS PECARÍES Y UN YACARÉ


Este es un cuento que los guaraníes les suelen contar a sus chicos.

Dicen que una vez un hombre tenía un hijo de quince años y un día lo mandó a que revise las trampas para pecaríes y le advirtió que si no encontraba nada en las trampas volviera aunque vea pisadas cercanas que pertenezcan a pecaríes.

Pero el muchacho no hizo caso a su padre, siguió las huellas hasta que se encontró con el Guardián de los Pecaríes, que era como una vaca gorda y peluda, que aunque se había dado cuenta de que el chico quería cazar un pecarí no se enojó. Sin embargo quería que se case con la hija, al principio, por su edad el chico se negó, pero luego no tuvo opción, aceptó.
El Guardián de los Pecaríes le enseñó a su hija, una cerdita muy coqueta.

Luego lo llevaron a un lugar al que llegaron cruzando un río. Al llegar a dicho lugar los pecaríes lo obligaron a que se subiera a los árboles y les arrojara frutas.

Luego de comer los pecaríes se acostaron a descansar y el chico aprovechó para escaparse, pero cuando se encontró con el río le surgió un problema: no sabía nadar, ya que anteriormente había cruzado en la espalda de su pretendiente, la cerdita.

Viendo la situación, pidió que lo cruzara un pato, pero ése se negó por el peso del chico.

Luego pidió ayuda a un biguá (aves negras que parecen patos y que siempre están zambulléndose en el agua), pero éste también se negó.




Sin embargo, el joven vio que se acercaba un Yacaré, le pidió que lo cruzara pero éste también se negó, entonces, el chico, le dijo un piropo que fue de su mayor agrado, logrando que el yacaré lo cruce a la otra orilla, pero antes el animal le pidió que reiterara lo que le había dicho, pero el chico saltó hacia la rama de un árbol y le gritó palabras muy feas.

El yacaré muy enfurecido persiguió al chico fuera del agua. Para salvarse, el chico, le gritó a un martín pescador que lo ayudara.

El pájaro aceptó y le dijo que se escondiera en la canasta donde tenía los pescados que había capturado. Entonces cuando el yacaré se acercó a preguntar por el chico, el martín pescador voló y llevó al joven a un lugar seguro, salvándolo.

Luego de este terrible episodio el chico, cuando revisaba las trampas y veía pisadas las ignoraba y obedecía a su padre.

lunes, 9 de agosto de 2010

BARBA AZUL



Hay un trozo de barba que se conserva en el convento de las monjas blancas de las lejanas montañas. Nadie sabe cómo llegó al convento. Algunos dicen que fueron las monjas que enterraron lo que quedaba de su cuerpo, pues nadie más quería tocarlo. La razón de que las monjas conservaran semejante reliquia se desconoce, pero se trata de un hecho cierto.

La amiga de mi amiga la ha visto con sus propios ojos. Dice que la barba es de color azul, añil para ser más exactos. Es tan azul como el oscuro hielo del lago, tan azul como la sombra de un agujero de noche. La barba la llevaba hace tiempo uno que, según dicen, era un mago frustrado, un gigante muy aficionado a las mujeres, un hombre llamado Barba Azul.

Dicen que cortejó a tres hermanas al mismo tiempo. Pero a ellas les daba miedo su extraña barba de tono azulado y se escondían cuando iba a verlas. En un intento de convencerlas de su amabilidad, las invitó a dar un paseo por el bosque. Se presentó con unos caballos adornados con cascabeles y cintas carmesí.

Sentó a las hermanas y a su madre en las sillas de los caballos y los cinco se alejaron a medio galope hacia el bosque. Pasaron un día maravilloso cabalgando mientras los perros que los acompañaban corrían a su lado y por delante de ellos.

Más tarde se detuvieron bajo un árbol gigantesco y Barba Azul deleitó a sus invitadas con unas historias deliciosas y las obsequió con manjares exquisitos.

Las hermanas empezaron a pensar "Bueno, a lo mejor, este Barba Azul no es tan malo como parece".

Regresaron a casa comentando animadamente lo interesante que había sido la jornada y lo bien que se lo habían pasado. Sin embargo, las sospechas y los temores de las dos hermanas mayores no se disiparon, por lo que éstas decidieron no volver a ver a Barba Azul.

En cambio, la hermana menor pensó que un hombre tan encantador no podía ser malo. Cuanto más trataba de convencerse, tanto menos horrible te parecía aquel hombre y tanto menos azul le parecía su barba.

Por consiguiente, cuando Barba Azul pidió su mano, ella aceptó.

Pensó mucho en la proposición y le pareció que se iba a casar con un hombre muy elegante.
Así pues, se casaron y se fueron, al castillo que el marido tenía en el bosque.

Un día él le dijo:

—Tengo que ausentarme durante algún tiempo. Si quieres, invita a tu familia a venir aquí. Puedes cabalgar por el bosque, ordenar a los cocineros que preparen un festín, puedes hacer lo que te apetezca y todo lo que desee tu corazón.

Es más, aquí tienes mi llavero. Puedes abrir todas las puertas que quieras, las de las despensas, las de los cuartos del dinero, cualquier puerta del castillo, pero no utilices la llavecita que tiene estos adornos encima.

La esposa contestó:

—Me parece muy bien, haré lo que tú me pides. Vete tranquilo, mi querido esposo, y no tardes en regresar.

Así pues, él se fue y ella se quedó.

Sus hermanas fueron a visitarla y, como cualquier persona en su lugar, tuvieron curiosidad por saber qué quería el amo que se hiciera en su ausencia. La joven esposa se lo dijo alegremente.

—Dice que podemos hacer lo que queramos y entrar en cualquier estancia que deseemos menos en una. Pero no sé cuál es. Tengo una llave, pero no sé a qué puerta corresponde.

Las hermanas decidieron convertir en un juego la tarea de descubrir a qué puerta correspondía la llave. El castillo tenía tres pisos de altura con cien puertas en cada ala y, como había muchas llaves en el llavero, las hermanas fueron de puerta en puerta y se divirtieron muchísimo abriendo las puertas. Detrás de una puerta estaban las despensas de la cocina; detrás de otra, los cuartos donde se guardaba el dinero. Había toda suerte de riquezas y todo les parecía cada vez más Prodigioso. Al final, tras haber visto tantas maravillas, llegaron al sótano y, al fondo de un pasillo, se encontraron con una pared desnuda.

Estudiaron desconcertadas la última llave, la de los adornos encima.

—A lo mejor, esta llave no encaja en ningún sitio.

Mientras lo decían, oyeron un extraño ruido... "errrrrrrrr". Asomaron la cabeza por la esquina y, ¡oh, prodigio!, vieron una puertecita que se estaba cerrando.

Cuando trataron de volver abrirla, descubrieron que estaba firmemente cerrada con llave.

Una de las hermanas gritó:

— ¡Hermana, hermana, trae la llave! Ésta debe de ser la puerta de la misteriosa llavecita.

Sin pensarlo, una de las hermanas introdujo la llave en la cerradura y la hizo girar. La cerradura chirrió y la puerta se abrió, pero dentro estaba todo tan oscuro que no se veía nada.

—Hermana, hermana, trae una vela. Encendieron una vela, contemplaron el interior de la estancia y las tres lanzaron un grito al unísono, pues dentro había un lodazal de sangre, por el suelo estaban diseminados los ennegrecidos huesos de unos cadáveres y en los rincones se veían unas calaveras amontonadas cual si fueran pirámides de manzanas.

Volvieron a cerrar la puerta de golpe, sacaron la llave de la cerradura y se apoyaron la una contra la otra, jadeando y respirando afanosamente. ¡Dios mío! ... ¡Dios mío!

La esposa contempló la llave y vio que estaba manchada de sangre. Horrorizada, intentó limpiarla con la falda de su vestido, pero la sangre no se iba.

— ¡Oh, no! —gritó.

Cada una de sus hermanas tomó la llavecita y trató de limpiarla, pero no lo consiguió.

La esposa se guardó la llavecita en el bolsillo y corrió a la cocina. Al llegar allí, vio que su vestido blanco estaba manchado de rojo desde el bolsillo hasta el dobladillo, pues la llave estaba llorando lentamente gotas de sangre de color rojo oscuro.

—Rápido, dame un poco de crin de caballo —le ordenó a la cocinera.

Frotó la llave, pero ésta no dejaba de sangrar. De la llavecita brotaban gotas y más gotas de pura sangre roja.

La sacó fuera, la cubrió con ceniza de la cocina y la frotó enérgicamente. La acercó al calor para chamuscarla. La cubrió con telarañas para restañar la sangre, pero nada podía impedir aquel llanto.

— ¿Qué voy a hacer? —Gritó entre sollozos—. Ya lo sé. Esconderé la llavecita.

La esconderé en el armarlo de la ropa. Cerraré la puerta. Esto es una pesadilla.

Todo se arreglará.

Y eso fue lo que hizo.

El esposo regresó justo a la mañana siguiente, entró en el castillo y llamó a la esposa.

— ¿Y bien? ¿Qué tal ha ido todo en mi ausencia?

—Ha ido todo muy bien, mi señor.

— ¿Cómo están mis despensas? —preguntó el esposo con voz de trueno.

—Muy bien, mi señor.

— ¿Y los cuartos del dinero? —rugió el esposo.

—Los cuartos del dinero están muy bien, mi señor.

—O sea que todo está bien, ¿no es cierto, esposa mía?

—Sí, todo está bien.

—En tal caso —dijo el esposo en voz baja—, será mejor que me devuelvas las llaves. —Le bastó un solo vistazo para darse cuenta de que faltaba una llave—

¿Dónde está la llave más pequeña?

—La... la he perdido. Sí, la he perdido. Salí a pasear a caballo, se me cayó el llavero y debí de perder una llave.

— ¿Qué hiciste con ella, mujer?

—No... no... me acuerdo.
— ¡No me mientas! ¡Dime qué hiciste con la llave! —El esposo le acercó una mano al rostro como si quisiera acariciarle la mejilla, pero, en su lugar, la agarró por el cabello—. ¡Esposa infiel! —Gritó, arrojándola al suelo—. Has estado en la habitación, ¿verdad?

Abrió el armarlo ropero y vio que de la llavecita colocada en el estante superior había manado sangre roja que manchaba todos los preciosos vestidos de seda que estaban colgados debajo.

—Pues ahora te toca a ti, señora mía —gritó, y llevándola a rastras por el pasillo bajó con ella al sótano hasta llegar a la terrible puerta.

Barba Azul se limitó a mirar la puerta con sus fieros ojos y ésta se abrió.

Allí estaban los esqueletos de todas sus anteriores esposas.

—¡¡¡Ahora!!! —bramó.

Pero ella se agarró al marco de la puerta y le suplicó:

— ¡Por favor! Te ruego que me permitas serenarme y prepararme para mi muerte. Dame un cuarto de hora antes de quitarme la vida para que pueda quedar en paz con Dios.

—Muy bien —rezongó el esposo—, te doy un cuarto de hora, pero procura estar preparada.

La esposa corrió a su cámara del piso de arriba y pidió a sus hermanas que salieran a lo alto de las murallas del castillo. Después se arrodilló para rezar, pero, en su lugar, llamó a sus hermanas.

— ¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?

—No vemos nada en la vasta llanura.

A cada momento preguntaba:

— ¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?

—Vemos un torbellino, puede que sea una polvareda.

Entretanto, Barba Azul ordenó a gritos a su mujer que bajara al sótano para decapitarla.

Ella volvió a preguntar:

— ¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?

Barba Azul volvió a llamar a gritos a su mujer y empezó a subir ruidosamente los peldaños de piedra.

Las hermanas contestaron:

— ¡Sí, los vemos! Nuestros hermanos están aquí y acaban de entrar en el castillo.

Barba Azul avanzó por el pasillo en dirección a la cámara de su esposa.

—Vengo a buscarte —rugió.

Sus pisadas eran muy fuertes, tanto que las piedras del pasillo se desprendieron y la arena de la argamasa cayó al suelo.

Mientras Barba Azul entraba pesadamente en la estancia con las manos extendidas para agarrarla, los hermanos penetraron al galope en el castillo e irrumpieron en la estancia. Desde allí obligaron a Barba Azul a salir al parapeto, se acercaron a él con las espadas desenvainadas, empezaron a dar tajos a diestro y siniestro, lo derribaron al suelo y, al final, lo mataron, dejando su sangre y sus despojos para los buitres.

Versión literaria en la que se mezclan la francesa y la eslava.
Clarissa Pinkola Estés
Mujeres Que Corren Con Los Lobos

domingo, 8 de agosto de 2010

LOS CUATRO RABINOS





Una noche cuatro rabinos recibieron la visita de un ángel que los despertó y los transportó a la Séptima Bóveda del Séptimo Cielo. Allí contemplaron la Sagrada Rueda de Ezequiel.

En determinado momento de su descenso del Pardes, el Paraíso, a la tierra, uno de los rabinos, tras haber contemplado semejante esplendor, perdió el juicio y vagó echando espumarajos por la boca hasta el fin de sus días. El segundo rabino era extremadamente cínico: "He visto en sueños la Rueda de Ezequiel, eso es todo. No ha ocurrido nada en realidad." El tercer rabino no paraba de hablar de lo que había visto, pues estaba totalmente obsesionado. Hablaba por los codos, describiendo cómo estaba construido todo aquello y lo que significaba... hasta que, al final, se extravió y traicionó su fe. El cuarto rabino, que era un poeta, tomó un papel y una caña, se sentó junto a la ventana y se puso a escribir una canción tras otra sobre la paloma de la tarde, su hija en la cuna y todas las estrellas del cielo. Y de esta manera vivió su vida mejor que antes.



Clarissa Pinkola Estés
Mujeres que corren con los lobos