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viernes, 5 de junio de 2009

EL CRISTO DEL MILAGRO DE LOJA

Capilla Museo de las Madres Conceptas


El Convento o Monasterio de las Madres Conceptas fue fundado en 1596, con el patrocinio de don Juan de Alderete, Corregidor de Zamora y Yaguarzongo, quien donó la mayor parte de sus bienes para la fundación de los conventos de Santo Domingo y Conceptas de Loja. En su testamento otorgado en Valladolid. Ciudad del Corregimiento de Yaguarzongo, dispuso que después de su muerte su cuerpo fuera trasladado al convento de las Religiosas Conceptas, levantado con sus recursos, lo cual se cumplió e inclusive se conserva hasta la actualidad, en al iglesia del monasterio, un óleo de más de 300 años de antigüedad en el cual Alderete se encuentra bajo el manto de la Virgen junto a las primeras monjas del convento recién fundado.

La fundación del Convento de Madres Conceptas la hizo el Ilmo. Fray Luís López de Solís, Obispo de Quito, en su memorable visita pastoral a Loja, la realizó mediante solemne ceremonia en la iglesia matriz de la misma ciudad el 28 de agosto de 1596.

Más tarde, o sea el 28 de marzo de 1597, se suscribe otra acta en la que consta que, ante el Capitán Pedro de la Cadena, teniente gobernador y Justicia Mayor de la ciudad de Loja, se presentó la señora doña María Orozco, monja Concepta del Monasterio de Nuestra Señora de las Concepción de Quito, acompañada de dos monjas más, a tomar posesión en calidad de Abadesa, del Convento de Nuestra Señora de las Nieves de Loja, designada por Ilmo. Obispo de Quito. Estos datos constan en la "Historia de Loja y su Provincia" del Sr. Dr. Pío Jaramillo Alvarado, en la misma que se anota también este dato final relacionado con la fundación del Convento de Madres Conceptas.

"La iglesia se reedificó siendo Abadesa doña Isabel de S. Bernardo, y su provisora la señora Sebastiana de S. Pablo que se comenzó el año de 1698, y se terminó hoy domingo 25 de octubre de 1705. Se colocó el Santísimo en su nueva y linda iglesia, y le damos infinitas gracias de que nos prestase la vida para ver ese día".

Pasaron los años y ya casi nadie recuerda aquella iglesia del Monasterio de las Madres Conceptas ubicada en la esquina de las calles 10 de Agosto y Bernardo Valdivieso donde luego se construyó el edificio del Banco del Azuay.

Junto a esa iglesia estaba el convento de las Madres Conceptas y su entrada principal era por las calles Bernardo Valdivieso, a mitad de la cuadra comprendida entre la Rocafuerte y la 10 de Agosto, allí había una ancha puerta de madera que, de acuerdo a la forma entonces usual de construir las "puertas de calle", constaba de dos hojas grandes que se abrían de par en par cuando era necesario que entren las acémilas que llevaban la "providencia" (provisiones alimenticias) al Monasterio o de lo contrario sólo se habría la pequeña puerta empotrada en la hoja derecha de la puerta grande. Tras de ella habían un patio empedrado largo y angosto, a cuyo extremo izquierdo se encontraba el torno mediante el cual las religiosas se comunicaban con el exterior y, orillando el patio, paralelos a la pared que daba a la calle, habían varios cuartuchos semejantes a celdas conventuales, en los que habitaba la portera y una viejecitas pobres de solemnidad que habían tenido esa merced de parte de la madre Abadesa.

Cuenta la tradición que aproximadamente a mediados del siglo XVIII la Madre Abadesa o Superiora de la Comunidad de Religiosas Conceptas era una persona extraordinariamente devota de Cristo Crucificado y le había hecho la promesa de mandar hacer una escultura de tamaño natural para colocarla en la iglesia del Monasterio. Con tal finalidad encargaba a todas las personas que podía que le buscasen un tronco o una rama gruesa de árbol de la cual fuera posible mandar a tallar el Cristo en una sola pieza, lo que resultaba una tarea un poco difícil si se toma en cuenta que la escultura iba a ser de tamaño natural.

Sin embargo la religiosa oraba todos los días pidiendo al Señor que le proporcione el madero hasta que, luego de una creciente del río Zamora, las aguas arrojaron a la orilla, justamente en dirección de la calle 10 de Agosto, un árbol que había sido arrancado de raíz por la fuerza de las aguas, de modo que los vecinos del lugar corrieron a darle la buena noticia a la madre Abadesa y luego se lo llevaron y lo dejaron en el empedrado patio exterior del Convento.

Una vez que contó con el material necesario para la escultura del Cristo Crucificado, la buena Religiosa se preguntaba:

¿Y ahora a quién puedo confiarle tan delicado y excelso trabajo...?

Su situación de estricto y permanente encierro, la enorme distancia con la capital de la república en donde conocía que podían realizar la obra, y hasta la dificultad de comunicarse por correo en aquella época en que una carta tardaba tanto en llegar a su destino, la hacían a veces perder las esperanzas de cumplir su objetivo, pero en cambio su devoción avivaba el fuego que por momentos estaba a punto de extinguirse y seguía orando para que Dios la ayudase en su loable empeño.

Se hallaban las cosas en tal punto cuando llegó un día al torno de las Madres Conceptas un hombre extraño, alto, blanco y barbado, quien solicitó hablar con la Abadesa. Ordenó ésta que lo hicieran pasar al locutorio, donde el hombre tomó asiento y luego le habló así a la religiosa que se hallaba al otro lado de la rejilla con malla de alambre que escondía el rostro de la interlocutora:

- He sabido que Ud. busca una persona para tallar un Cristo.

- Si, así es.

- Sé también que ya posee el madero apropiado y lo he visto en el patio antes de entrar aquí.

- Es verdad. Lo hallaron hacia algunos meses y es justamente como lo deseaba a fin de que el cuerpo del señor resulte entero, sin cortes...

- Está bien. Creo que de ese madero puede obtenerse el Cristo que usted desea.

-Lo grave es que no puedo encontrar la persona que realice esa obra.

-Por eso he venido. Para ofrecerle mí trabajo.

-¡Santo Cielo! ¡Dios me lo ha enviado a Ud.!

- ¿Cuándo puede comenzar y dónde...? Soy forastero. No tengo donde hospedarme. Si Ud. me diera uno de esos cuartos que dan al patio exterior, allí podría vivir mientras realizo la obra y éste lo haría en el mismo patio en donde se halla el madero.

- ¡Cómo no voy a darle uno de esos cuartos! Se lo doy con mucho gusto, pero temo que no va estar cómodo porque son muy estrechos.

- No se preocupe. Lo único que me interesa es realizar la obra.

- Y... ¿Cuánto nos cobraría usted por este trabajo? Pues somos pobres y tal vez no podamos pagarle dijo la religiosa con miedo.

- No se preocupe concluyó el forastero con aplomo y acento de hombre culto. Luego agregó:

- Hablaremos de eso cuando hubiere terminado y siempre que la obra estuviera a su entera satisfacción.

- Diciendo esto se despidió de la Abadesa y esperó afuera que le entregaran el cuarto en el cual se instaló y comenzó a trabajar desde la mañana siguiente.

- El extraño artífice trabajaba desde que aclaraba el día hasta que empezaban a caer las sombras de la noche y sólo descansaba los domingos y un corto momento después de la frugal comida que por el torno le pasaban las religiosas.

- Así cada día la obra iba tomando forma y convirtiéndose en un hermoso Cristo al que, al fin, sólo le faltaba la pintura para darlo por terminado. Creyendo las religiosas que allí finalizaría la misión de aquel silencioso forastero que trabajaba con tanto ahínco, pero grande fue la alegría de la madre Abadesa cuando le pidió que mandara a comprar las pinturas necesarias para comenzar aquella delicada fase, y cuando la hubo obtenido, se puso a trabajar de inmediato y con singular maestría.

Cuando el Cristo estuvo totalmente terminado las religiosas no podían creerlo, tal era la perfección con que había sido hecho; y especialmente la madre Abadesa no cabía de gozo al ver así cumplido su sueño y la promesa que le había hecho al Señor.

En mística procesión las religiosas cargaron sobre sus hombres la enorme cruz sobre la cual había sido clavado el Cristo y lo llevaron a la iglesia del Monasterio, en cuyo piso depositaron la preciosa carga a la espera de que más tarde fuera colocado en el Altar Mayor.

Mas, cuando hubieron pasado los momentos de euforia por la novedad del flamante y hermoso Cristo que ingresó a la iglesia del Monasterio, La Madre Abadesa regresó al torno para hablar con el artista acerca del precio que habría de pagarle por tan hermosa obra, pero no halló a nadie. Pidió a la portera que fuese al cuarto del forastero y le pidiera que se acercase al torno, pero la portera encontró el cuarto vacío y, más aún, nunca volvió a saberse de él porque desapareció tan misteriosamente como había llegado y jamás se supo de dónde vino ni a dónde se fue.

Esta es la tradición del Cristo del Milagro, tal como la contaron personas nacidas a fines del siglo pasado y conocieron los lugares y los hechos, ya sea por sí mismas o porque lo escucharon de sus antepasados.

El Cristo del Milagro se encuentra ahora al centro del costado izquierdo de la nueva capilla que se construyó hace pocos años y que está ubicada en la esquina de las calles 10 de Agosto y Olmedo, en donde recibe la veneración del pueblo católico de Loja.

Fuente:
Loja de Ayer; Relatos, Cuentos y Tradiciones de Teresa Mora de Valdivieso

Loja, Ecuador
http://www.vivaloja.com/content/view/244/54/

Imagen
dabloja70.wordpress.com

jueves, 4 de junio de 2009

LOS DOS MIOPES




Había una vez dos miopes y ninguno de los dos quería admitir su desgracia; por el contrario, cada cual quería probar al otro que tenía muy buena vista.

Un día se enteraron de que una familia de la vecindad llevaría un exvoto al templo. Cada uno por su lado averiguó en secreto la inscripción que grabarían. El día en que el panel iba a ser colocado, llegaron juntos al templo. Levantando los ojos, uno de ellos exclamó:
- ¡Qué bello panel!, “gloriosa es tu fama”, reza la inscripción de cuatro grandes jeroglíficos.

- Eso no es todo – agregó el otro –, hay otra corrida de pequeños jeroglíficos que usted no ha visto. En ellos están el nombre del calígrafo y la fecha de la obra.

Al oírlos, una de las personas allí presentes preguntó:
- ¿De qué hablan ustedes?

- Estamos discutiendo a propósito de la inscripción que acabamos de leer en el panel del exvoto – contestaron los dos.

Todos rompieron a reír.

- ¡Ustedes están ante un muro desnudo, el panel no ha sido colocado aún! – les dijeron.


Autor anónimo.
Fuente
Del libro "Fábulas Antiguas de China"
http://www.um.es/tonosdigital/znum10/secciones/tri-fabulas.htm#_ftn9
Imagen
kenpostudioiqq.blogspot.com

miércoles, 3 de junio de 2009

TLÁLOC

Pintura Siglo XVI

La voz Tláloc deriva de tlalli, que significa tierra y octli, que significa licor. En realidad la traducción literal sería "licor de la tierra", es decir, aquello que bebe la tierra, en definitiva, la lluvia.

Este es el dios de las aguas que llegan del cielo, pero no de las aguas que ya están en la tierra, como pueden ser los ríos. Para los ríos está la diosa Chalchiuhtlicue, también llamada "falda de turquesas".

Tláloc (a veces llamado Nuhualpilli) es nombre náhuatl del Dios de la lluvia y de la fertilidad en la religión teotihuacana y náhuatl.

Con otros nombres era conocido en toda el área mesoamericana.

Originalmente representaba al agua terrestre, en tanto que la serpiente emplumada representaba al agua celeste.

Es más conocido en relación a la cosmología azteca.

Los aztecas hicieron sacrificios de niños para honrarlo, ya que tenían a Tlaloc como el responsable de los periodos de sequía y de las lluvias torrenciales.

Pensaban también que otros dioses crearon a Tlaloc.

Tlaloc es originario de la cultura de Teotihuacán, a la caída de la ciudad, pasó a Tula y de ahí su culto se esparció entre los pueblos náhuatl.

Los teotihuacanos tuvieron contacto con los mayas de ahí que ellos lo adoptaran o lo identificaran en la forma del dios Chaac.

Tlaloc vive en el mundo de las causas naturales.

En la cosmología tlaxcalteca, Tlaloc se casó primero con Xochiquétzal, diosa de la belleza, pero Tezcatlipoca la secuestró.

Tláloc se casó otra vez con Matlalcueye.

Tiene una hermana mayor que se llama Huixtocíhuatl.

Tláloc, fue uno de los más importantes en el altiplano de México y uno de los más representados y quizás también uno de los de mayor antigüedad del panteón mesoamericano.

Aparece representado desde la época remota teotihuacana.

Se le manifestaba siempre con unos atributos característicos:

Anteojeras formadas por unas serpientes que se entrelazaban y cuyos colmillos acababan siendo las fauces del dios.

Una especie de bigotera que no era otra cosa que su labio superior.

Se cree que este gran labio era el símbolo de la entrada en la cueva que comunica con el inframundo y que deriva de la boca de las figuras olmecas.

La cara estaba casi siempre pintada de color negro o azul, más veces de color verde, para imitar los visos que hace el agua.

Llevaba en la mano una especie de estandarte de oro, largo y con forma de culebra, terminado en punta aguda; era para representar los relámpagos y los truenos que acompañan a veces al agua de lluvia.

En los dibujos de los códices puede verse que sus vestidos tienen pintados unas manchas que son el símbolo de las gotas de agua.

Tláloc está compuesto en sus representaciones por los tlaloques o dioses de los 4 rumbos. Cada uno de ellos manejaba y era el responsable de una vasija colocada en un rumbo y cada vasija proporcionaba una lluvia diferente.

Imagen
artehistoria.jcyl.es

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/04/tlaloc.html

martes, 2 de junio de 2009

Divinidad humana


Hubo un tiempo en que todos los hombres eran dioses, pero abusaron tanto de su divinidad, que Brahma, el señor de los dioses, decidió quitarles el poder divino y esconderlo en un lugar donde seria imposible de encontrar.

El gran problema fue buscarle un escondite.

Entonces los dioses menores fueron convocados a un consejo para solucionar ese problema y propusieron lo siguiente: "enterremos la divinidad del hombre en la tierra". Pero Brahma: contesto: "esto no valdría para nada porque el hombre cavará y la encontrara".

Entonces los dioses replicaron: "en ese caso, ocultaremos la divinidad del hombre en lo más profundo del mar".

Pero Brahma contesto de nuevo y dijo: "no, porque tarde o temprano el hombre explorara los fondos de los mares y algún día la encontrara".

Entonces los dioses concluyeron: "no sabemos donde esconderla, pues no existe sitio en la tierra o en el mar donde el hombre no pueda llegar."

Brahma respondió: lo que vamos hacer con la divinidad del hombre es esconderla en lo más profundo... si, en lo más profundo de él mismo, porque es el único sitio donde no pensará jamás en buscar...

Así concluye esta leyenda, el Hombre ha dado la vuelta a la tierra, ha explorado, escalado, sumergido y cavado a la búsqueda de algo que está DENTRO DE SI MISMO...

"LA AZUCENA DEL BOSQUE"


Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado.

Cierta vez pasó por allí I-Yará, dueño de las aguas, uno de los principales ayudantes de Tupá, dios bueno. Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.

Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo.

Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.

Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.

En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir.

Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú, algarrobo, apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas.

Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces.

De esta forma descubrió el fuego.

Cierta vez, Morotí para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí, cerdo salvaje, jabalí, y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.

Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto.

Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor.

La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.

Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.

La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros.

De esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza.

Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería, todo fue motivo de envidia y discusión entre los humanos.

Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los humanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.

Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado humanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias.

El castigo serviría de ejemplo para todos los q en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.

El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo.

Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días.

Todos vieron en esto un mal presagio.

Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó.

Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca.

Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir el mandato de Tupá.

Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque.

Allí les habló de esta manera: Tupá, nuestro creador y amo, me envía.

La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de ustedes, hombres.

Él los creó humanos para que la paz y el amor guiaran sus vidas, pero la codicia pudo más que sus buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia.

Tupá me manda para que hagáis la paz entre ustedes: ¡Pitá! ¡Morotí! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!

Arrepentidos y avergonzados, los dos humanos se confundieron en un abrazo, y los que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía. Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas.

A medida q el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo.

Eran Pitá, rojo y Morotí, blanco, que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los humanos. Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la "AZUCENA DEL BOSQUE".


Material compilado y revisado por la educadora argentina Nidia Cobiella
(NidiaCobiella@Educar.Org)

lunes, 1 de junio de 2009

EL BERGANTÍN ORIFLAMA


El navío de línea de dos puentes "El Oriflama" fue construido para la armada Francesa en Toulon, en el año de 1743, por el ingeniero y constructor Pierre Blaise Coulomb (1699-1753), miembro de una destacada familia de constructores navales franceses.

El Oriflama poseía las siguientes dimensiones: 41,3 metros de eslora; 40,18 metros de quilla; 10,78 metros de manga; 4,0 metros de plan; 5,16 metros de puntal y 1,72 metros de entrepuentes, con un desplazamiento de 1,500 toneladas.

Portaba 50 cañones, aunque se llegó a artillar con 56, de la siguiente manera: 24 cañones de a XVIII en la primera batería, 26 cañones de a XII en la segunda batería y 6 de a VI en el alcázar, por lo que se clasificaba como un navío de Cuarto Rango, Primer orden.

Así sirvió a la Armada francesa hasta abril de 1761, cuando es capturado por los ingleses, que estaban en guerra contra Francia desde 1756. No utilizándolo en su armada, fue transformado en navío mercante, conservando su nombre.

Aunque no sabemos con exactitud en virtud de que circunstancias pasó a manos Españolas, suponemos que el echo ocurriera a fines de diciembre de 1761, cuando en medio de la escalada de hostilidades que presagiaban la declaración de guerra entre España e Inglaterra, Carlos III ordena la captura de todos los barcos Ingleses anclados en puertos Españoles. Entre los españoles mantuvo su condición de mercante pero se rebautiza con el nombre de "Nuestra Señora del Buen Consejo y San Leopoldo", pero siempre mantuvo el alias de "El Oriflama". Clausurándose la primera batería de cañones para transformarla en bodega, quedando artillado solo con 26 cañones de a VIII en la segunda batería.

Suponemos que luego de la apropiación se subasta a particulares y de esta forma lo obtiene su último propietario Juan Baptista de Uztaris, Hermanos y Compañía. Entre los años 1763 y 1768 realiza varios viajes a la Nueva España.

Durante este período, varios documentos denuncian su derrota desde Cádiz hacia Veracruz, desde allí a la Habana, y retornar a España cargado con los caudales de México.

Su último viaje, con destino al Callao, lo realizó posiblemente, en conserva del navío "San Joseph" alias "El Gallardo" (por cuanto este último conducía el registro del Oriflama por duplicado). Así el 18 de febrero de 1770 zarpó del puerto de Cádiz con una tripulación de 176 hombres y 38 pasajes, a cargo del capitán Joseph Antonio de Alzaga. Su Maestre, Joseph de Zavalsa se comprometió a viajar "derechamente" hacia el puerto de la mar del sur, sin tocar ningún otro puerto bajo pena de multa.

Con una carga total de 108.000 palmos cúbicos de mercancías y excediéndose en 3.584 palmos cúbicos las 628.5 toneladas de arqueo de su bodega, El Oriflama totaliza un registro igual a 436 que incluía: 1.658 cajones de todo tipo y 1.738 cajones arpillados conteniendo cristalería de la granja de San Ildefonso, por encargo del Rey para ser vendidos en el virreinato, en beneficio de las fabricas de Talavera. Este será sin dudas el cargamento más valioso a bordo y el objeto de todos los esfuerzos del rescate luego del naufragio.

Casi al término de su viaje y luego de cinco meses de navegación El Oriflama es avistado, el 25 de Julio de 1770, aproximadamente en los 34º 09' de latitud Sur, entre los puertos de Concepción y Valparaíso, por el navío español San Joseph, alias El Gallardo, capitaneado por Juan Esteban de Ezpeleta, quién ordena ponerse al pairo, a fin de identificar al otro navío. El Oriflama no responde al cañonazo disparado ni a la bandera de señales izada como aviso en El Gallardo, por lo que dispone que un bote se dirija hacia el otro barco, distante unas dos leguas.

De esta forma, el segundo piloto de El Gallardo, Joseph de Álvarez, a bordo del bote, pudo conocer la identidad del Oriflama y enterarse del estado desastroso de los pasajeros y tripulación, víctimas del frío, hambre y escorbuto. Desde su partida habían echado 78 cadáveres al mar, quedaban a bordo 106 enfermos graves, y sólo 30 hombres podían maniobrar en forma limitada las velas inferiores, siendo incapaces de subir más arriba de la primera cofa.

El capitán Ezpeleta ordenó se embarcase de inmediato en el bote una tripulación de auxilio y provisiones para brindarles ayuda inmediata, "jamones, un barril de sémola, una barrica de harina, quesos y vino".

No obstante, la calma que había posibilitado la reunión de ambos navíos, se transformó de improviso en un viento fuerte del norte que impidió el acercamiento del bote con provisiones.

Ante esto, Ezpeleta ordenó arriar las velas para mantener su posición, y dispara un segundo cañonazo para que El Oriflama, con el viento a su favor, viniese hacia El Gallardo, "a fin de meterle dentro todo cuanto estaba en el bote y socorrerle con cuarenta hombres, pero El Oriflama, sin hacer caso ni demostración ninguna, prosiguió la vuelta de afuera, que había emprendido con las cuatro principales rizadas y el sobremesana". En vista de la sorpresiva y errada maniobra del Oriflama, el capitán de El Gallardo optó por seguirlo, ejecutando idéntica maniobra, además de señalar su posición con faroles dispuestos estratégicamente sobre los mástiles. A las diez de la noche se vio la última luz de un farol del Oriflama, la que se perdió después, por haber arreciado el viento. Al día siguiente 26 de Julio, sobre las dos y media de la tarde, el Oriflama es avistado nuevamente por el Gallardo y por última vez.

En horas del mediodía del 27 de Julio de 1770 y bajo una terrible tempestad de viento y agua, El Capitán Feliciano Lottelier divisó el navío que venia por la costa y que al acudir con gente a la orilla del mar, ya estaba encallado sobre la misma reventazón y cerca de la desembocadura del Huenchullami. Desarbolado a ras de cubierta con la popa separada de la proa, y con alrededor de ocho hombres en el bauprés pidiendo socorro, el Oriflama se pierde para siempre con su tripulación bajo una fuerte tempestad la que impidió cualquier ayuda.

Al día siguiente aparecieron sobre la playa algunos cajones y fardos, fragmentos del casco y arboladura junto a 12 cadáveres.

Ocho meses después del naufragio, El 8 de Marzo de 1771 llegó al paraje de Huenchullami, procedente de Lima, Juan Antonio de Bonachea, con 9 marineros y 3 buzos expertos; bajo órdenes directas del Virrey Amat de encontrar los restos y su cargamento a cualquier costo. Sin embargo pese a todos los esfuerzos estos no aparecieron y se informó " Que durante todo el tiempo que se encontraba en el sitio no había visto la mar tranquila tres días, por lo que consideraba casi imposible el rescate aún en caso de encontrar la carga. Dando por finalizada la búsqueda en los primeros meses de 1772.


Imagen, Fuente
http://arquehistoria.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/01/el-oriflama.html

domingo, 31 de mayo de 2009

COMO NACIERON LOS PICAFLORES

Picaflor cabeza rubí


Cerca del lago Paimún, oscuro y silencioso como un estanque, donde el tiempo se amansa junto con la corriente, el preferido de los patos y los juncos, vivían hace mucho tiempo dos hermanas: Painemilla y Painefilu.

Las dos eran jóvenes y hermosas, y un día un gran jefe extranjero se enamoro de Painemilla. La muchacha y el inca se casaron y se fueron a vivir a su hermoso palacio de piedra, construido en la cercana montaña de Litran-Litran.

Pronto Painemilla supo que esperaba un hijo, y el inca convoco a los sacerdotes para que hicieran sus profecías. Uno de ellos dijo que nacerían un varón y una mujer, y que los dos, en señal de distinción, tendrían en el pelo una hebra de oro.

Como se acercaba el momento del nacimiento y el inca tenia que viajar al norte, Painemilla le pidió a Painefilu que subiera al palacio para hacerle compañía.

Así se reencontraron las dos hermanas, pero las cosas ya no fueron como antes, Painefilu sentía una envidia inconfesable de Painemilla, de su vida que parecía tan fácil, tan placida, colmada de abundancia y de amor... Odiaba su facilidad para hacerse querer y su aparente ignorancia de los malos sentimientos… le dolía verla acariciar distraídamente su vientre que crecía, mientras se sentaba a tejer o a trenzar los Kupulhues, y sola, durante muchas noches, no pudo pensar en otra cosa mas que en los ojos amantes con que el inca había mirado a su hermana al despedirse.

Painefilu trataba de disimular sus sentimientos y cuidaba mucho a Painemilla, pero sentía que el mundo se achicaba a su alrededor, que el corazón se le volvía pesado y duro y que ya no podía levantar la cabeza para mirar a nadie a los ojos.

Con el nacimiento pareció enloquecer: convenció a su hermana de que había parido una pareja de perritos y escondió a los hermosos mellizos que habían recibido en sus brazos. Hizo fabricar un cofre, acomodo en él a los bebes y mandó que lo arrojaran en la zona más correntosa el lago Huechulafquen.

En el palacio Painemilla lloraba espantada, mientras amamantaba a dos perritos.

Cuando el inca estuvo de vuelta, no hubo manera de que perdonara a su mujer. Furioso, dando enormes pasos que resonaban sobre las piedras del piso, con su mano alzada como para castigarla, echo a Painemilla, la mando a vivir a la cueva de los perros e hizo matar a los cachorritos. Painefilu, sombría, siguió viviendo en el palacio, cada vez más callada, como si todo lo que había pasado pudiera tragárselo el silencio.

El agua del Huechulafquen se abrió para recibir el cofre donde dormían los hijos de Painemilla y sé cerro sobre el cubriéndolo de espuma. Pero la caja se asomo unos metros mas allá y se mantuvo milagrosamente a flote, oscilando entre las olas, nadando en círculos en los remansos, atascándose a veces entre las piedras y las plantas de la orilla… dicen que Antü, el padre Sol, desde le cielo, descubrió el cofre por el brillo de su cerradura de oro y decidió protegerlo, dándole calor o sombra según lo necesitara… hasta que, cierto día, un hombre viejo que pasaba junto al lago vio el cajoncito brillante, muy cerca de la costa, entonces lo saco del agua y se lo llevo a su casa, admirado de su hermosa cerradura dorada, pero no lo abrió enseguida porque era la hora de comer y no quería hacer esperar a su vieja esposa.

La pareja comía su chaskiñ cuando escucho unos sonidos extraños, como el entrechocar de huesos, que provenían del cofre. Lo abrieron con cuidado y encontraron a los rubios mellizos de hermosos cabellos entre los cuales se destacaba, más largo y brillante, un pelo de oro.

Los viejos mapuches se asombraron mucho de los recién nacidos, que se pusieron a crecer ostensiblemente apenas los alzaron del cajón. Y los criaron con amor, aun sabiendo que nunca serian como ellos esos extraños y hermosos niños que nunca comían, y que, sin embargo, se hacían tan grandes como hijos de dioses.

Un día, mientras el inca paseaba tristemente por las inmediaciones del lago, pensando, como siempre, en que era un padre sin hijos, un esposo sin esposa y en que nunca comprendería bien por que, vio a los mellizos que jugaban junto al bosque. Le atrajeron de inmediato esos chicos solitarios, un niño y una niña, que tendrían la edad de los suyos si estos hubieran sido humanos como se esperaba… quiso conversar con ellos y, al acariciar la cabeza del varón, sintió en su palma el pelo de oro. Y de esa manera, en un instante, los tres se reconocieron.

Pero el muchachito enfrento al inca con violencia:

- ¡¡¡No podemos llamarte padre!!! ¡¡¡Echaste a mama del palacio!!! ¡¡¡Pasa frío y hambre entre los perros!!! Se abriga con un cuero pelado y tiene que disputarle la comida a los animales
Era una reina y vive peor que un perro, porque piensa y recuerda…
Te repito: ¡¡¡no podemos llamarte padre!!!

Conmocionado, el inca mando que llevaran a los mellizos al palacio de Litrán. Una vez allí, su hijo volvió a increparlo:

- ¡¡¡Queremos ver a mama ahora mismo!!!!
¡¡¡No nos quedaremos ni un minuto si no la liberan y le devuelven el respeto que se merece!!!
¡¡¡Si no es así, te juro que no mandaras por mucho tiempo!!!!

El inca obedeció, y así fue como Painemilla y sus hijos se reunieron, se conocieron y no se separaron nunca más.

De Painefilu, la traidora, se vengaron sus propios sobrinos. La ataron, la empujaron afuera del palacio y la obligaron a sentarse sobre una roca. Entonces el muchacho saco un objeto que tenia guardado, alzo hacia el sol la pequeña piedra transparente y rogó:

- ¡¡¡Ayúdame, Antü!!!
¡¡¡Que todo tu calor atraviese mi piedra mágica!!!

Que se convierta en rayo, en antorcha, en la llama más azul, para destruir a Painefilu

El prodigio se cumplió, y de Painefilu solo quedo un montón de cenizas. Pero un pedacito de su corazón no alcanzo a quemarse, y cuando llego el viento a dispersar los vestigios, de entre el remolino ceniciento salió volando un pajarito tornasolado.

Era el pinsha, el picaflor, que según los mapuches predice la muerte, que vive inquieto y triste como Painefilu.

No se posa en las ramas ni roza con sus alas el follaje como los otros pájaros; tiembla, tiembla de miedo constantemente y, como si esperara un castigo, se esconde en cavernas oscuras o se aferra con desesperación a los acantilados.


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