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sábado, 16 de mayo de 2009

HUAGAPO LA GRUTA QUE LLORA

La gruta de Guagapo tiene aproximadamente 2000 metros de profundidad,es por eso que se ha ganado la denominación como " la más profunda de América del sur".

La abertura de la boca de la gruta es de 20 metros,en su interior posee estalactitas y estalagmitas, además de pinturas rupestres de una llama, taruka, guanaco, serpiente, gusano y algunas escenas de caza.

Guagapo está ubicado en el distrito de Palcamayo,a 31km.de Tarma.


Una leyenda dice:


Los primeros pobladores de Palcamayo que se habían asentado en Racasmarca eran Personas muy laboriosas, unidas, cumplidoras de sus deberes, obedientes y respetuosas de su Dios, el Sol. Este les prodigaba todos los beneficios.

En gratitud ellos le erigieron un templo en las faldas del cerro Racasmarca, que estaba al cuidado de sacerdotes y sacerdotisas.

Todas las mañanas ofrecían sacrificios de gratitud.

Pero un día llegó un espíritu del mal y se apoderó de los corazones de los sacerdotes y sacerdotisas, cundió el mal, el vicio y la maldad.

De allí pasó al pueblo. Los hombres se tornaron viciosos. A pesar que su Dios les amonestaba, estos no obedecían y seguían por el camino del mal.

Enfurecida la deidad ordenó su destrucción. Bajaron los servidores de Dios y destruyeron el templo.

Los sacerdotes fueron convertidos en piedras y las sacerdotisas introducidas en profundos calabozos y mazmorras, en donde lloran eternamente por sus pecados.

Las aguas que salen de la gruta son las lágrimas de las pecadoras y las estalagmitas son los sacerdotes.




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Imagen wiki.sumaqperu.com

viernes, 15 de mayo de 2009

MAMA COCHA

Ilustración de Mama Cocha o Cochamama, diosa de los lagos y el oceano en tiempos del Tahuantinsuyo.
Dibujo: Genzoman

La Mama Cocha es un término que significa “madre de las aguas”, diosa del mar a quien se le rendía culto costa de Perú, para calmar las aguas bravas y para la buena pesca.

Es reconocida como protectora de los pescadores, y relacionada con los lagos, ríos y fuentes de agua. Sus hijos son los manantiales.

Es reconocida además como la diosa de los pescadores y su culto fue especialmente importante en el sistema religioso Inca.

Además del mar, esta diosa se relaciona también con los lagos, ríos y fuentes de agua tiene relación, de la que se dice que sus hijos son los manantiales.


Imagen: http://losincas.blogspot.com/2009/05/dibujo-mama-cocha.html

jueves, 14 de mayo de 2009

EL ÁRBOL DE JENENÉ

Emberá significa literalmente: “La gente del maíz”.

EL MITO SOBRE EL ORIGEN DEL AGUA

Karagabí fue el creador del hombre y de todo cuanto existe, menos del agua. Sabiendo Karagabí la importancia que tenía el agua para su pueblo, le pidió a su padre que le enseñara a conseguir el agua. Su padre le dio una varita que al golpearla contra dos piedras, por la mitad salía un hilito de agua. No obstante su padre le advirtió que no la derrochara pues era escasa y debía alcanzar para todos. Entonces Karagabí le transmitió a los Embera que todos los días fueran a recoger el agua, muy de mañanita, que el estaría allí repartiéndola. Y así fue. Los Embera iban y hacían cola con una totuma y Kara¬gabí las llenaba. Y así fue por mucho tiempo. Karagabí no podía darles más de lo que brotaba de las dos piedras.

Así sucedían las cosas entre los embera de Karagabí, hasta que un día vieron aparecer a un indio que nadie había visto antes, trayendo agua y pescado en abundancia. La gente embera estaba sorprendida.

Entonces se fueron donde estaba Karagabí y le dijeron:

“Usted es nuestro padre y creador. Usted debe saber de dónde se saca tanta agua”.

Karagabí ante el alboroto de la gente y temiendo una rebelión les dijo: “Tengan paciencia, voy a averiguar”.

Y así hizo. Karagabí le siguió el rastro al indio que iba derechito al cerro Kugurú. Allí el indio abrió una puerta grande en una roca. Antes de que se cerrara Karagabí se convirtió en colibrí y se coló por ella. Una vez adentro Karagabí vio una laguna inmensa, como nunca antes había visto en su vida. En esa laguna había peces de todos los colores y tamaños. Como el indio sacó una vara para pescar, Karagabí, que quería seguirle la pista hasta el final, se convirtió en pez y mordió el anzuelo. El indio sacó el pez y comenzó a golpearlo con un manduco, pero el pez no moría y el indio seguía dándole garrote. Al fin se quedó quieto y se lo llevó a la casa para ahumarlo. Cuando el pescado sintió el calor comenzó a brincar y fue allí cuando el indio se dio cuenta que se trataba de Karagabí que estaba jugando con el y salió corriendo del susto.

Karagabí entonces se convirtió en tigre y lo alcanzó. Karagabí lo “frentío de una”:

“Te voy a preguntar cuatro veces ¿de dónde sale tanta agua y tanto pescado?”.

El indio dijo cuatro veces que no sabía. Entonces Karagabí le dijo:

“Te voy a preguntar una sola vez ¿me das el agua y el pescado que necesito para mi gente?”.

Y el indio respondió otra vez que no.

Entonces Karagabí le pregunto:

“¿Por qué mezquinas el agua, no te das cuenta que es un bien que hay que compartir?”.

El indio se quedó callado y miró para la montaña haciéndose el bobo, como si la cosa no fuera con él. Entonces Karagabí, que ya estaba perdiendo la paciencia le dijo:

“Te voy a dar una última oportunidad para que respondas ¿me das el agua?”.

Y otra vez el indio respondió que no. Entonces Karagabí lo agarró por el pecho y le dijo:

“Como eres mezquino te convertirás en Jenzerá”.

Es por eso que desde entonces las hormigas no pueden tomar agua y tienen que cargarla en gotas sobre el pico.

El pueblo embera quedó contento con este castigo y se fueron con Karagabí a la laguna. Pero cuando llegaron al cerro no encontraron nada. Todo se había transformado en una selva muy espesa. Y en vez de la laguna había un jenené inmenso que llegaba hasta el cielo y oscurecía todo. Entonces fue cuando Karagabí se dio cuenta que jenzerá tenía mucho poder y también quería jugar con él, convirtiendo a la laguna en un Jenené.

Karagabí reunió entonces a toda su gente y les preguntó:

“¿Qué podemos hacer para derribar este jenené?”.

A lo cual la gente respondió: “No sabemos, no podemos decidir”.

Entonces Karagabí ordenó que se llamara a todos y que ninguno faltara. Y que cada uno trajera hachas de piedra. Así fue que todos madrugaron y empezaron a darle hacha para tumbar al jenené.

Pero el palo era muy fuerte y las hachas rebotaban. Entonces Karagabí mandó a hacer hachas más finas, que parecían de metal. Y así lograron abrirle un corte al árbol. Ya entrada la noche Karagabí decidió suspender el trabajo para reanudarlo al día siguiente. Pero al día siguiente observaron que el corte que habían hecho se había cerrado.

“Esto no puede ser” dijo Karagabí “empecemos de nuevo”.

Pero al otro día cuando volvieron el árbol se había cerrado de nuevo.

Y así sucedió durante varios días.

Entonces Karagabí llamó a los mejores guerreros y ordenó montar guardia durante la noche. Así se dieron cuenta que bocorró le avisaba a jenzerá de lo que estaba haciendo Karagabí y su gente y venía a sanar al jenené.

Karagabí furioso lo aplastó con el pie y le dijo:

“De ahora en adelante tu tendrás que cuidar el agua”.

Es por eso que el sapo vive a la orilla de los ríos y lagunas y como quedó aplastado ya no puede caminar como antes, sino brincar.

En vista de todo esto, Karagabí escogió a los hombres más fuertes de su pueblo para trabajar día y noche y cuando estos estuvieran descansando, los guerreros montaban guardia para que jenzerá no pudiera tapar el corte. Pero jenzerá que era muy astuto logro colarse por las ramas de otro árbol y le puso una varilla de piedra al corazón de jenené para que este no se cayera.

Al ver Karagabí que las hachas rebotaban o se quebraban contra el corazón de jenené, mandó a hacer un hacha inmensa de oro que mandó a traer de muy lejos. Y allí sí se pudo entrar al corazón de jenené. El árbol comenzó a ladearse pero no se caía, porque jenzerá lo había amarrado con un bejuco a otros árboles.

Karagabí llamó entonces a la familia de los micos, que antes eran gente embera. Primero llamó a zsrua y le ordenó que subiera al árbol y mirara que pasaba. Pero este no pudo subir mucho y se devolvió.

Entonces Karagabí sentenció:

“Ustedes los zsrua serán siempre así, perezosos”.

Después llamó a yerré. Este subió pero no pudo llegar hasta la cima, pues se entretuvo mucho en el camino. Karagabí sentenció:

“Ustedes los yerré serán siempre así, juguetones y distraídos”.

Luego le tocó el turno a mizsurrá. Pero este subió solo unos metros y se asustó. Karagabí sentenció:

“Ustedes los mizsurrá serán siempre así, miedosos”.

Llamó entonces a u’nra, pero esta tampoco pudo.

En fin muchos animales de la familia de los micos hicieron el intento pero no pudieron. Sólo cuando le tocó el turno a la ardita, esta si pudo cortar el bejuco, pero el árbol tampoco cayó, pues entretanto jenzerá lo había amarrado con otro bejuco más arriba.

Karagabí mandó a llamar a chidima, pero este puso la condición de que tenía que tirar una fruta desde lo alto y llegar primero que ella al suelo. Y esto repetirlo por cuatro veces. Una vez repetidas las cuatro pruebas con éxito, chidima pidió un machete de 25 kilos para cortar el bejuco. Ya en lo más alto del árbol chidima gritó que todo el mundo tenía que retirarse a lo más alto de la montaña. Cuando todos se retiraron, Karagabí se retiró a la cima de Kugurú y dio la orden a chidima de cortar el bejuco.

Cuando el árbol comenzó a caer se despejó el cielo y se oyó un gran estruendo. El agua comenzó a brotar por todas partes del árbol.

Las ramas de Jenené cayeron sobre la montaña. Y el tronco y la raíz cayeron lejos. Donde estaban las raíces se formo el mar. El tronco se convirtió en el río Keradó. Las ramas más gruesas se convirtieron en los ríos Iwagadó y Kuranzadó, las menos gruesas en los ríos Manso y Kiparadó.

Jenené tenía unas flores muy grandes y redondas. Todas estaban cargadas de agua. Al caer el árbol se abrieron formando inmensas Evazo¬zoabañia, como la grande de Lorica, la de Betancí, y otras más pequeñas.

Todos los embera quedaron maravillados.

Karagabí “testamentó”: “Esto ha sido fruto del esfuerzo de todos los embera y debe conservarse así para siempre”. Yo estaré vigilando para que esto se cumpla. ¡El embera que no cumpla este mandato será castigado!”.

Karagabí escogió a los hombres más firmes de su pueblo Embera y los convirtió en zhaberara. Estos hombres recibieron el encargo de cuidar las ciénagas y ríos y garantizar que estén allí para beneficio de todos.
Así fue que llegó el agua a todas partes y se llenaron los ríos, lagunas y ciénagas de peces.

Nota:
Kimy Pernía Domicó; Luis Angel Domicó; Efraín Jaramillo dicen: Aquí estamos presentando una versión muy resumida de este mito. Para su mejor comprensión en español se corrigió el lenguaje. No obstante tenemos las grabaciones y se piensa publicar el texto tal como fue narrado por los embera katio del Alto Sinú.
Kimy Pernía Domicó; Luis Angel Domicó; Efraín Jaramillo: Colectivo de trabajo Jenzerá. Informe Movilización cultural del pueblo Embera Katío del Alto Sinú. 2001
Karagabí. Es el principal héroe cultural de los embera.
Kugurú. Cerro donde nace el río Sinú y que los kampunía (blancos) llaman “Tres Morros”.
Jenzerá. Hormiga
Jenené. Árbol grande
Bocorró. Sapo
Zsrua. El mico cotudo o berreador
Yerré. Mico negro
Mizsurrá. El mono machín o mico cariblanco
U’nra. Marteja
Chidima. Mono piel rojita
Keradó. Río Sinú
Iwagadó. Río verde
Kuranzadó. Río Esmeralda
Kiparadó. Río Cruz Grande
Evazo¬zoabañia. Ciénagas
Zhaberara. Guardianes de las lagunas y ciénagas

Por Kimy Pernía Domicó; Luis Angel Domicó; Efraín Jaramillo para http://www.semillas.org.co/sitio.shtml?apc=d1a1--&x=20154533

Imagen http://www.panamachagres.net/?cat=27

miércoles, 13 de mayo de 2009

EL COTOMACHACO


Se trata de un ser sobrenatural que habita la selva amazónica, y su leyenda cuenta que se trata de una boa de dos cabezas que habita cerca de las lagunas en la selva. Los muchachos en la selva, eran advertidos de que cuando caminen por ella, tengan cuidado de una culebra de dos cabezas que vive por “donde nadie anda”.

A este ser le cuelga una cabeza de los árboles de más de 50 metros de alto, mientras la otra cabeza por allá del lado de la tierra

El cotomachaco come todo lo que pasa, sea cristiano, sea animal, lo devora.

Tiene su barriga muy hinchada. Come acá y de allá viene acá y cuando se cansa, se quiere subir.

Ese es el cotomachaco que dicen de dos cabezas.

De eso vive y aunque es un solo animal se alimenta de las dos formas.

Es conocido también bajo el nombre de coto, porque según quienes lo han escuchado gritar “wo...wo...wo...”, se asemeja al de un coto, que es una especie de mono aullador que vive en la selva, que con su grito avisa a su potencial presa que será su próxima cena.

La gente dice “Yo voy a matar un coto” y se van con la escopeta a buscarlo, cuando lo están buscando, aparece de repente y jala al cazador y se lo come, y se va tranquilo dejando la escopeta en el piso…

martes, 12 de mayo de 2009

EL NEGRITO EPAMINONDAS




Epaminondas es un negrito, hijo de una mujer negra tan pobre que, como no podía dar a su hijo más que el nombre, le puso el más largo que encontró en el santoral.

La madrina es otra negra, algo menos pobre que la madre; quiere mucho al negrito y le dice que vaya a visitarla con frecuencia para, con ese pretexto, hacerles algún regalillo.

Un buen día regala al negrito un riquísimo bizcocho, y le advierte:

-Llévalo bien sujeto para que no se te pierda.

-Bien, madrina –contesta muy contento Epaminondas.

Y tanto y tanto aprieta la mano durante el camino que, cuando va a entregar el regalo a su madre, sólo lleva unas pocas migas.

-¿Qué me traes, Epaminondas?

-Un bizcocho, madre.

-¡Un bizcocho! ¡Válgale Dios! Pero, ¿qué manera tienes de llevar un bizcocho? ¿Quieres saber cómo se lleva? Lo envuelves muy bien en un papel de seda y después lo colocas en el ala del sombrero; te lo pones, y, muy despacito y derecho, para que no se te caiga, vienes tranquilamente a casa. ¿Has comprendido?

-Sí, madre.

A los pocos días vuelve a casa de su madrina, que ahora le regala un buen pedazo de mantequilla para el desayuno del día siguiente.

Epaminondas coge la mantequilla y la envuelve con mucho cuidado en un papel de seda y la coloca sobre el ala del sombrerón de paja; se lo pone en la cabeza y echa a andar muy despacio, y muy derecho, para su casa. Es un hermoso y caliente día del verano; el sol derrite la mantequilla, que va cayendo en pringosos goterones por la cabeza y cuello del negrito.

Y cuando Epaminondas llega a su casa y quiere entregar a su madre la mantequilla ya no queda nada y el cuello y la espalda del niño parecen untadas de tocino.

La madre se lleva las manos a la cabeza al verle en este estado.

-¡Dios mío! ¿Pero cómo se te ha ocurrido traer así la mantequilla?

Para conservarla bien debiste envolverla en hojas muy frescas y a lo largo del camino ir refrescándola en todas las fuentes que encontrases. Sólo así hubiera llegado a casa en buenas condiciones. ¿Lo has entendido?

-Sí, madre.

Y a la vez siguiente la madrina regala a Epaminondas un lindo perrillo.

El negrito no lo piensa más; lo envuelve en grandes hojas de parra bien frescas, y por el camino lo va metiendo en todos los arroyuelos que encuentra, de manera que cuando llega a su casa el infeliz perrillo está casi muerto de frío y tiembla como la hoja en el árbol.

-¡Dios me valga! –exclama la madre-. ¿Qué traes aquí Epaminondas, hijo?

-Un perrillo, madre.

-¿Esto es un perrillo? ¿Y es así como lo tratas? Un perrillo se lleva con una cuerda atada al cuello, y tirando de él con cuidadito para que el animal ande. ¿Has entendido?

-Sí, madre.

Y cuando vuelve a casa de la madrina, la buena mujer le regala un sabroso pan, recién sacado del horno, crujiente y doradito.

Epaminondas le ata una cuerda, lo pone en el suelo y vuelve a casa tirando de él, como le había dicho su madre que tenía que hacer con el perrito.

-¡Dios mío! –grita la madre-. ¿Qué me traes aquí, Epaminondas?

-Un pan que me ha regalado la madrina –contesta el niño orgulloso.

-¡Epaminondas, hijo, serás mi perdición! No volverás a casa de tu madrina ni te explicaré ya nada. Seré yo la que vaya a todas partes.

Al día siguiente la madre del negrito se prepara para ir a casa de la madrina y antes advierte al hijo:

-Epaminondas, hijo, ya has visto que acabo de hacer una hornada de seis pasteles y los he puesto sobre una tabla, delante de la puerta, para que se enfríen. Vigila que no se los coma el gato, y, si tienes que salir, mira bien cómo pisas por encima de ellos con cuidado.

-Sí, madre.

La madre se va y el negrito mira cómo se enfrían los pasteles y, como quiere salir, “mira bien exactamente cómo pisa encima de ellos” – uno, dos, tres, cuatro, cinco- y va poniendo los pies sobre cada pastel, convirtiéndoles en una confusa pasta.

La madre llega a poco... y nadie sabe todavía lo que allí pasó, pero el caso es que Epaminondas no podía sentarse al día siguiente.

Guinea española
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Imagen: laedadeoro.org

lunes, 11 de mayo de 2009

EL CORREDOR VELOZ





En un reino muy lejano, lindando con una ciudad había un pantano muy extenso; para entrar y salir de la ciudad había que seguir una carretera tan larga que, yendo de prisa, se empleaba tres años en bordear el pantano, y yendo despacio se tardaba más de cinco.

A un lado de la carretera vivía un anciano muy devoto que tenía tres hijos. El primero se llamaba Iván; el segundo, Basiliv, y el tercero, Simeón. El buen anciano pensó hacer un camino en línea recta a través del pantano, construyendo algunos puentes necesarios, con objeto de que la gente pudiese hacer todo el trayecto tardando solamente tres semanas o tres días, según se fuese a pie o a caballo.

De este modo todos harían gran economía de tiempo.

Se puso al trabajo con sus tres hijos, y al cabo de bastante tiempo terminó la obra; el pantano quedó atravesado por una ancha carretera en línea recta con magníficos puentes.

De vuelta a casa, el padre dijo a su hijo mayor:
-Oye, Iván, ve, siéntate debajo del primer puente y escucha lo que dicen de mí los transeúntes.

El hijo obedeció y se escondió debajo de uno de los arcos del primer puente, por el que en aquel momento pasaban dos ancianos que decían:
-Al hombre que ha construido este puente y arreglado esta carretera, Dios le concederá lo que pida.

Cuando Iván oyó esto salió de su escondite, y saludando a los ancianos, les dijo:

-Este puente lo he construido yo, ayudado por mi padre y mis hermanos.
-¿Y qué pides tú a Dios? -preguntaron los ancianos.

-Pido tener mucho dinero durante toda mi vida.

-Está bien. En medio de aquella pradera hay un roble muy viejo: excava debajo de sus raíces y encontrarás una gran cueva llena de oro, plata y piedras preciosas. Toma tu pala, excava y que Dios te dé tanto dinero que no te falte nunca hasta que te mueras.

Iván se fue a la pradera, excavó debajo del roble y encontró una caverna llena de una inmensidad de riquezas en oro, plata y piedras preciosas, que se llevó a su casa.

Al llegar allí, su padre le preguntó:
-¿Y qué, hijo mío, qué es lo que has oído hablar de mí a la gente?

Iván le contó todo lo que había oído hablar a los dos ancianos y cómo éstos lo habían colmado de riquezas para toda su vida.

Al día siguiente el padre envió a su segundo hijo. Basiliv se sentó debajo del puente y se puso a escuchar lo que la gente decía.

Pasaban por el puente dos viejos, y cuando estuvieron cerca de donde Basiliv se hallaba escondido, éste los oyó hablar así:
-Al que construyó este puente, todo lo que pida a Dios le será concedido.

Salió en seguida Basiliv de su escondite, y saludando a los dos ancianos, les dijo:

-Abuelitos, este puente lo he construido yo con ayuda de mi padre y de mis hermanos.

-¿Y qué es lo que tú desearías? -le preguntaron.

-Que Dios me diese, para toda mi vida, mucho grano.

-Pues vete a casa, siega trigo, siémbralo y verás cómo Dios te dará trigo para toda tu vida.

Basiliv llegó a casa, contó al padre lo que le habían dicho, segó trigo y luego sembró la semilla. En seguida creció tantísimo trigo que no sabía dónde guardarlo.

Al tercer día el viejo envió a su tercer hijo. Simeón se escondió debajo del puente, y al cabo de un rato oyó pasar a los dos ancianos, que decían:

-Al que hizo este puente y esta carretera, de seguro que Dios le dará todo lo que le pida.

Al oír Simeón estas palabras salió de su escondite y se presentó a los dos hombres, diciéndoles:

-Yo he construido este puente y esta carretera con la ayuda de mi padre y de mis hermanos.

-¿Y qué es lo que pides a Dios?

-Que el zar me acepte como soldado de su escolta.

-Pero muchacho, ¿no sabes que esa profesión de soldado es difícil y pesada? ¡Cuántas lágrimas vas a verter! Pídele a Dios cualquier otra cosa más agradable para ti.

Pero el joven insistió en su propósito, diciéndoles:

-Ustedes son viejos y, sin embargo, lloran; ¿qué tiene de particular que llore yo, que soy más joven? El que no llore en este mundo llorará en el otro.

-Ya que te empeñas, sea; nosotros te bendeciremos.

Y diciendo esto pusieron las manos sobre su cabeza, y al instante el joven se convirtió en un ciervo que corría con gran velocidad. Corrió a su casa, y su padre y hermanos, apenas lo vieron, quisieron cazarlo; pero él escapó y volvió junto a los ancianos, quienes lo transformaron en una liebre. Volvió por segunda vez a su casa, y cuando allí se dieron cuenta de que había entrado una liebre, se echaron sobre ella para cogerla; pero se escapó y se volvió a acercar a los dos viejos, los cuales, por tercera vez, lo transformaron en un pajarito dorado que volaba con gran rapidez. Voló a casa de su familia, y entrando por la ventana, se puso a piar y saltar en el alféizar. Los hermanos procuraron cogerlo; pero él, con gran ligereza, escapó al campo. Esta vez, cuando el pajarito dorado se arrimó a los dos viejos, se transformó en el joven de antes y éstos le dijeron:

-Ahora, Simeón, vete a alistarte en el ejército del zar. Si tuvieses que ir a algún sitio con gran rapidez, podrás transformarte en ciervo, en liebre o en pájaro, tal como nosotros te hemos enseñado.

Simeón volvió a casa y pidió al padre que le dejase ir a servir al zar como soldado.

-¿Por qué quieres ir a servir al zar, cuando todavía eres joven y aún no tienes experiencia de la vida?

-No, padre; déjame ir, porque es la voluntad de Dios.

El padre le dio permiso y Simeón preparó todas sus cosas, se despidió de su familia y tomó la carretera que iba a la capital. Caminó muchos días, y al fin llegó; entró en el palacio y se presentó al mismo zar. Se inclinó delante de él y le dijo:
-Mi zar y señor, no te ofendas por mi osadía: quiero servir en tu ejército.

-¡Pero muchacho! ¡Tú eres demasiado joven todavía!

-Puede que sea demasiado joven e inexperto; pero creo que podré servirte igual que los demás, y así lo prometo a Dios.

El zar consintió y lo nombró soldado de su escolta personal.

Pasado algún tiempo, un rey enemigo emprendió una guerra sangrienta contra el zar. Éste empezó a preparar su ejército y quiso dirigirlo en persona. Simeón pidió al zar que lo dejase ir también a él para acompañarlo; el zar consintió, y todo el ejército se puso en camino en busca del enemigo.

Caminaron muchos días y atravesaron muchas tierras, hasta que al fin llegaron a enfrentarse con el enemigo. La batalla había de tener lugar dentro de tres días.

El zar pidió que le preparasen sus armas de combate; pero, con la prisa con que se marcharon de la capital, habían dejado olvidados en palacio la espada y el escudo. ¡El zar sin sus armas no quería entrar en batalla para batir al enemigo!...

Hizo leer un bando disponiendo que si había alguien que se considerase capaz de ir y volver a palacio en tres días y traerle la espada y el escudo, que se presentase. Al que consiguiese traerle sus armas, el zar ofrecía darle en recompensa por esposa a su hija María, la cual llevaría como dote la mitad del Imperio, y además sería declarado heredero del trono.

Se presentaron varios voluntarios; uno de ellos decía que él podría ir y volver en tres años, otro que en dos años, y un tercero que en uno.

Entonces Simeón se presentó al zar y le dijo:
-Majestad, yo puedo ir a palacio y traerte tu espada y tu escudo en tres días.

El zar se puso contentísimo, lo abrazó dos veces y escribió en seguida una carta a su hija, en la que disponía que entregase a su soldado Simeón la espada y el escudo que había dejado olvidados en palacio.

Simeón cogió el mensaje del zar y se marchó. Cuando estuvo a una legua del campamento se transformó en ciervo y se puso a correr con la rapidez de una flecha. Corrió, corrió y cuando se cansó se transformó en liebre; continuó así con la misma rapidez, y cuando las patas empezaron a cansarse se transformó en un pajarito dorado y voló con más rapidez que antes. Un día y medio después llegaba a palacio, donde la zarevna María se había quedado. Se transformó entonces en hombre, entró en palacio y entregó a la zarevna el mensaje del zar. Ésta lo tomó, y después de leerlo preguntó al joven:
-¿De qué modo has podido pasar por tantas tierras en tan poco tiempo?
-Pues así -respondió Simeón.
Y transformándose en un ciervo dio, con gran velocidad, unas carreras por el parque. Después se acercó a la zarevna y descansó la cabeza sobre las rodillas de la joven; ésta cortó con sus tijeritas un mechón de pelo de la cabeza del ciervo. Después se transformó en una liebre y se puso a dar saltos y brincos, cobijándose luego en las rodillas de la zarevna, quien también cortó otro mechón de pelo de la cabeza de la liebre. Por último, se transformó en un pajarito con la cabeza dorada, voló de un lado a otro y se posó sobre la mano de la zarevna María. La joven le arrancó algunas plumitas doradas de la cabeza; cogió los mechones de pelo que había cortado al ciervo y a la liebre y las plumas del pajarito y lo puso todo en su pañuelo, que ató y escondió en su bolsillo. El pajarito esta vez se transformó en el joven de antes.

La zarevna hizo que le diesen de comer y beber y le dio provisiones para el camino. Después de entregarle el escudo y la espada del zar su padre, al despedirse le dio un abrazo, y el joven corredor se marchó al campamento de su zar.

Otra vez se transformó en ciervo; cuando se cansó de correr, en liebre; cuando se cansó de nuevo, en pajarito, y al tercer día vio, ya no lejos, la tienda imperial. Al llegar a la distancia de media legua se transformó en su verdadero ser y se echó en la sombra de un zarzal a la orilla del mar, para descansar un poco del viaje. Puso la espada y el escudo a su lado; pero era tanto el cansancio que tenía, que se durmió al momento.

Uno de los generales del zar, que por casualidad paseaba por allí, descubrió al corredor dormido; aprovechándose de su sueño lo tiró al agua, y cogiendo la espada y el escudo fue a la tienda de campaña del zar y le entregó las armas, diciéndole:
-Señor: he aquí tu espada y tu escudo; yo mismo te los he traído.

El zar, entusiasmado, dio las gracias al general sin acordarse de Simeón. A las pocas horas se entabló la batalla con el enemigo, el resultado de la cual fue una gran victoria para el zar y su ejército.

Al pobre Simeón, cuando cayó al mar, lo cogió el zar del Mar y lo arrastró a las profundidades de su reino. Vivió con este zar durante un año y se puso muy triste.

-¿Qué tienes, Simeón, te aburres aquí? -le preguntó un día el zar del Mar.

-Sí, majestad.

-¿Quieres ir a la tierra rusa?

-Sí quiero, si su majestad lo permite.

El zar lo subió y lo sacó a la orilla durante una noche muy oscura.

Simeón se puso a rezar, diciendo:

-¡Dios mío, haz salir el Sol!

Cuando el cielo empezaba a teñirse de púrpura por levante con la luz de la aurora, el zar del Mar se presentó a Simeón, lo agarró y se lo llevó otra vez a su reino.

Vivió allí otro año, y de la tristeza que tenía estaba siempre llorando.

Otra vez le preguntó entonces el zar:

-¿Por qué lloras, muchacho? ¿Te aburres?

-Mucho, majestad.

-¿Quieres volver a la tierra rusa?

-Sí, majestad.

Lo cogió y lo dejó a la orilla del mar. Simeón, con lágrimas en los ojos, rogó al Señor, diciendo:

-¡Dios mío, haz que salga el Sol!

Apenas empezó a teñirse el horizonte, el zar del Mar se presentó como la otra vez, lo cogió y lo arrastró a las profundidades de su reino.

Pasó el pobre Simeón el tercer año, y estaba tan afligido que no hacía más que llorar todo el día. Un día que estaba más triste que de costumbre, el zar del Mar se le acercó y le dijo:

-Pero ¿por qué lloras? ¿Te aburres? ¿Quieres volver a la tierra rusa?
-Sí, majestad.

Lo sacó por tercera vez fuera del agua y lo dejó a la orilla del mar.

Apenas se encontró Simeón fuera del agua, se puso de rodillas, y con grandísimo fervor rogó así:

-¡Dios mío, ten piedad de mí! Haz que salga el Sol.

No había tenido tiempo de decirlo, cuando el Sol se mostró en todo su esplendor, iluminando el mundo con sus rayos. Esta vez el zar del Mar tuvo miedo a la luz del día y no se atrevió a salir a coger a Simeón, el cual se vio libre.

Se puso en camino hacia su reino, transformándose primero en ciervo, después en liebre, y finalmente en un pajarito, y en poco tiempo llegó al palacio del zar.

En los tres años que habían pasado, el zar llegó con su ejército a la capital de su reino e hizo los preparativos para la boda de su hija con el general embustero que dijo ser quien había llevado al campamento la espada y el escudo imperiales.

Simeón entró en la sala donde estaban sentados a la mesa María Zarevna, el general y los convidados, y apenas María lo vio entrar, lo reconoció y dijo a su padre:

-Padre y señor, permíteme decirte algo muy importante.

-Habla, hija mía, ¿qué es lo que quieres?

-El general que está sentado a mi lado en la mesa no es mi prometido. Mi verdadero prometido es el joven que acaba de entrar en la sala.

Y dirigiéndose al recién llegado le dijo:

-Simeón, haznos ver cómo fuiste tú el que consiguió llevar tan velozmente la espada y el escudo.

Simeón se transformó en ciervo, corrió por el salón y se paró cerca de María Zarevna; ésta sacó de su pañuelo el mechón de pelo que había cortado al ciervo, y mostrándolo al zar le enseñó el sitio de donde lo había cortado y le dijo:

-Mira, padre, ésta es una prueba.

El ciervo se transformó en liebre, saltó por todas partes y se fue a echar en el regazo de la zarevna. María mostró entonces el mechón de pelo que había cortado a la liebre.

Se transformó la liebre en un pajarito con la cabeza de oro, y después de volar con gran rapidez por todo el salón vino a posarse en un hombro de la zarevna. Ésta desató el tercer nudo de su pañuelo y mostró al zar las plumitas doradas que había arrancado de la cabeza del pajarito.

Al ver esto el zar comprendió toda la verdad, y después de escuchar las explicaciones de Simeón, condenó a muerte al general. A María la casó con Simeón y éste fue nombrado heredero del trono.


Cuento folclórico ruso. Texto completo
Alekandr Nikoalevich Afanasiev
Biblioteca Digital Ciudad Seva
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/afanasi/corredor.htm

Imagen: http://lecturasdesil.blogspot.com/

domingo, 10 de mayo de 2009

MITO DEL Quebracho Cine Greenpeace PROGRANO




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